Sean Nicholas Savage lo ha vuelto a hacer

«Felicidad, are you here?». Autor: Verano

mother, you are the only girl who ever love me in my life”, cantó Sean Nicholas Savage en cuclillas y camiseta dálmata, poniendo el micro a la altura de las luces, el otro brazo estirado y dibujando unas facciones trágicas, expresivas, dolidas. Un viento del norte, canadiense, helador, cruzó el Dabadaba, y tuvimos que mirar en el móvil loquesea para tomar aire ante tamaño golpe de emoción. Fue solo uno de ellos. La noche fue un round de crochets emocionales.

Fue un ratito que duró, quién sabe, cincuenta minutos que parecieron cuatro que fueron una vida delante de tus ojos. Hipnotizados quedamos, cual planeta caminando hacia el agujero negro de la conmoción. Sean llegó más expresivo que nunca, y mira que eso era difícil. Dramatismo teatral de escuela inglesa, maneras de Judy Garland en Londres sin probar ni gota (ella, ayer cayeron un par de riojas en escena). Es nuestro Jobriath, inundado en ternura en las explicaciones entre tema y tema y destrozando su alma entre arpegios.

Ayer asistimos a un musical que lo inundó todo. Las nuevas canciones, por supuesto, que juntas conforman una sinuosa obra teatral de la que el autor vendía el libreto de acordes y que pronto colgará en las redes sociales – «sorry, dude, no physical copy«-. Y las antiguas y exitosas tonadas, ahora excelsas bajo este nuevo tamiz (dos teclados que lanzaban baladas y que por contrato no podían ofrecer ninguna progresión de escalas posterior a 1995).

Recordamos el concierto de Rufus Wainwright en el Kursaal y nos pareció la alharaca de un pelagatos. Y mira que la divísima abrillantó la belleza y la elocuencia. Pero la hermosura de Savage es, como su propio apellido indica, salvaje, indomable, depuradora e impactante. Rota y catártica. O eso queremos. En más de un momento pensé aquello de “¿Este hombre conocerá los teléfonos de ayuda en Europa, no?

La actuación del martes fue una tormenta dramática, dolorosa, melódica, emocionante e irrepetible. Sensación esta última que compartió con las cinco veces anteriores que le había visto en directo. Es el único autor capaz de reformular la excelencia a cada show. Fue el concierto del año, una sensación que durará meses y trimestres.

Al acabar la misma le atacamos en el puesto de venta de productos con los billetes en la mano y pensado en el meme “shut up and take my money”, que ayer se tradujo en un disco en vinilo pero que bien pudo haber sido un cordón de zapatilla o un peine. Fue un concierto de cero cigarros fumados en la terraza. Con eso lo digo todo.

PD: No sé si es suerte, tino a la hora de elegir socio de gira o el ojo clínico del garito de Egia a la hora de seleccionar teloneros. Pero el de ayer fue, de nuevo, mayúsculo, de esos que se comen al titular si este titubea. Insomni Club fue libre, diverso, feliciano, discotequero. Acertando menos acordes que si tiraras una moneda de euro sobre el teclado y, sin embargo, absolutamente arrebatador. Con bailes manga y dinamismo de Club Dorotheé, gesticulaciones como las del “tipo fijo”, ramalazos góticos, ejercicios de spinning cantarín y muchísimo, más aún, amoroso petardeo pop francés de los 70 y 80.