Saber hacer, saber callar

Ayer, mientras comía con Manoukian y un señor en la mesa contigua demostraba poder resumir todo “Guerra y Paz” en diez segundos narrados, salió a colación el tema de Sade (autora, no empresa de cines, que también daría para otro post), sonando en aquellos momentos por el hilo musical del restaurante. “Creo recordar que sacó un disco hace dos años, y que decían estaba guay”, dijo mi socio de mesa.

Y me acordé de mi adoración absoluta por la gente que hace arte, así en genérico, y un día lo deja. Me acuerdo de Vashti Bunyan, me acuerdo de Nacho Umbert. De gente que por propia decisión decide callarse un tiempo, o para siempre. Porque prefieren criar lechugas, vender droga o trabajar de carpinteros.

Ellos son mi ejemplo y mi guía. Tanto si algún día decido abandonar mis quehaseres creativos, como si necesito una luz para iluminar mi caminito. Vivir siempre con la libertad de poder callarte.

Ya sé que es un pensamiento de viejos, alejado de los fichajes frescos fresquísimos que las promotoras que se sacan de la manga (del mar menor) y cuyo hype en redes es como una especie de popper de relevancia («chutazo-fin-otro chutazo de otro grupo»). Unas bandas que han nacido para satisfacer las urgencias de quienes quieren o sienten las urgencias. Y que, con un poco de suerte y paciencia, llegarán a viejas con la cabeza bien alta y relajada

No es tan distinto como al comentario de Pablo Motos de ayer respecto a su nueva sección OT. “Hay gente que no sale en la tele, y debemos aprovechar este espacio para darles a conocer”. Como si eso fuera necesario para crear. Como si eso fuera necesario para crecer. Como si la TV, el medio que todo el mundo atiende, fuera algo distinto al mundo de espectáculo puro y duro. Supongo que eso es lo que entendemos como música hoy en día. Y no poder callarse los días que queramos, y hacer las cosas por puro impulso, que creo que es lo que más nos falta.

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