Euskadi, ven y cántaloop

Amorante en su concierto de Errentería

Diferentes y atractivas. Suaves y fuertes. Escondidas, sugeridas, presentes o llenas de efectos. Defendiendo su espacio en bandas de pocos integrantes. Sacando pecho en ese desierto, luciendo galones. Las nuevas voces de nuestro panorama musical defienden orgullosas sus particularidades en la amalgama sonora que nos rodea. Tras lo visto los últimos días (Niña Coyote y Chico Tornado, Verde Prato, Amorante) nuestros tonos y sus creadores vuelan a gran altura, como los cantos de un soprano. “Euskadi, ven y cántalo”, con o sin loops.

Pedregosos y potentes son los Coyote Tornado de una escuela, la rockera, la dura, la “stoner”, que siempre tuvo calado en la tierra. Son una banda reducida a lo mínimo, batería y guitarra (con trucos). Para qué más, sin lo haces fenomenal.

La suya es una oscuridad aguerrida y enfadada que vibra a voz en cuello detrás de las cuerdas y bombos que protagonizan sus combates. Con los habituales “sua” y “eurra” entre canciones. Aunque su voz más relevante es la de lucir orgullosos y victoriosos la posibilidad de, siendo solo dos (buenas) piezas, conseguir ofrecen unas canciones tremendas. Y sin perder en ningún momento la sonrisa, plenos de felicidad.

Verde Prato haría las veces de canterana de la Real en partidos grandes. Es la última en llegar – cronológicamente- al pop, pero su hueco no lo va a llenar nadie más. Y mira que ocupa poco: con un flexo, un teclado y un micro podría ofrecernos el mejor concierto de nuestra vida. Ni silla le pusieron en Rentería el pasado jueves.

La tolosarra, nacida en tierra de masas corales, es una virtuosa a la hora de jugar con pocos elementos. Toma lo justo, lo mínimo, para ofrecer creaciones máximas. El camino más difícil, sin dar puntada sin hilo. Un poco de percusión manual, un teclado que suena a veces, unos cantos que se solapan un poco en ocasiones. Y sin embargo su arte, porque esto es arte en forma de canción, es embriagador. Único.

Con tan poco fondo la voz juega un papel muy relevante. Y en este punto Prato la hunde en reverberación, sin apenas abrir la boca para vocalizar, con sílabas largas que hipnotizan como los cantos de las sirenas. Susurra y toma las veces de un confidente cercano. Sube como Kate Bush y se ladea como el folk inglés. Echa un vistazo al folk vasco y lo lleva al dream pop. Se viste de Rosalía del bedroom pop y defiende el “a capela” con la potencia de un recién levantado. Qué bello fue su tema al borde del escenario, qué lejos llegó con tan poco proyección.

Este podium sin vencedores ni vencidos lo completa Amorante. Un perro algo más viejo que tira de experiencia – ha tocado en varios y variados grupos, ninguno del todo normal para los gustos del público generalista- para ofrecer lo que en los carteles del circo iría con la pegatina de “lo nunca visto” o “primera experiencia de este tipo en la ciudad”.

Su arte, porque esto también es arte, va más allá de llenar de efectos su forma de cantar o de pisar y controlar con mucho tino los distintos pedales, los efectos o las mezclas. Su calidad estriba en jugar, divertirse, mezclar y fusionar, a veces en una misma canción, los distintos sabores sonoros del mundo. La sorpresa inicial ahora se ha convertido en serenidad, seguridad y elegancia.

Sin traza alguna de «viejovenismo», lo que empieza folk puede acabar con secciones R&B. Hay baile – ahora sentado-, hay pop. Agrupando jazz y hip-hop de manera tan potente que podría ser un fichaje de Bertso-Hop si la tienda/sello aún funcionara. Abraza los clásicos (“La llorona”) y destapa las tragedias (“Juliana”). Lo que empieza doloroso puede contener trazas de humor. Su carrera puede ir diluyendo tranquilamente el pelotazo inicial (“Manuela”) frente a creaciones como “Ay Carmelo” (“Munilla, infernua dator zure bila” es desde ya mi fraseo favorito del año) o “Parisera joan nintzen”.