Los tres tiempos de Gari

Hay que agradecer el camaleónico esfuerzo de Donostia Kultura por saber adaptar su piel a las necesidades de espacio y seguridad pandémica para poder seguir ofreciendo conciertos. El de Gari en Intxaurrondo tuvo asientos, espacios, y una curiosa forma de ocuparse: hasta que no se llenara una fila de asientos no te podías sentar en otra.

Y allí fuimos poniendo el trasero, en una sala llena salvo los ausentes de última hora por cierres perimetrales, esperando un concierto que fue largo pero no se hizo pesado. Dos horas estuvieron los chavales dale que te pego, en plena faena: el cantor no saludó hasta la séptima pieza y en la decimotercera dió las gracias.

La noche tuvo esquema de partido de Hockey, con tres tiempos muy marcados. Empezaron suaves, vaporosos, reverberados, oscuros y tranquilos. A Gari le gustan más los medios tiempos que a los anuncios de las casas de apuestas. Se le ve muy cómodo, gozando, dejando que esa voz baja, a veces casi en el susurro, vaya bailando con seguridad por los tránsitos más abiertos. El tono es narrativo, de novela cercana e intranquila. La banda a veces le pincha, le agita y la azuza, pero el resultado queda en mitad de la nada. Menos mal que son las excepciones.

Su segundo bloque es mucho más brillante en todos los sentidos. Nos presenta al Gari Pop, ese que se fija en el rock USA y el power pop de areniscas californianas, el que clava los estribillos, el que ilumina toda la sala con unas canciones que él ha hecho clásicas. Sorprende y reconforta escucharle tan certero por estos tonos más altos. Qué habilidad para moldear su expresividad tanto en las montañas como en los valles.

El encuentro se cierra con un tercer tiempo cercano al Rubgy. Gari se desenchufa, se sienta en el borde del escenario y desenfunda la acústica y se arrima a sus oyentes. Dialoga, habla y se confiesa entre líneas, en un gesto agradecido y aplaudido. Le sienta de maravillla este traje sencillo, en este espacio breve de media docena de temas. La carrera del autor goza de una segunda, tercera, cuarta vida. Un sofá cómodo del que cantar de manera más cercana sus elegantes composiciones que brillan, reculen y centellean en las dos zonas del día y languidecen, una pizca, en los mediodías.