«Big Star: Nothing can hurt me». Pues a mí sí. Tú.

Emocionante. Sobre todo para los que ya les conocían. Con canciones eternas. Y algo de pena. Así se resume rápido y bien “Big Star: Nothing can hurt me”, la película dedicada a alabar las muchas virtudes de la banda norteamericana capitaneada por Alex Chilton y Chris Bell. Unos chicos que querían hacer rock cuando lo que pegaba en su ciudad, Memphis, era el funk cardado. Unos greñas que adoraban a Beach Boys cuando Elvis Presley tenía (tiene y tendrá) una sombra gigantesca sobre todo aquel Estado

Los aplausos posteriores, y los que reciben de los protagonistas directos o indirectos, no evitan reconocer el fracaso brutal que tuvieron sus discos en el momento de ser editados. Críticas geniales y unos compradores que se gastaban los machacantes en otros sonidos contemporáneos como el ya descrito funk o el arranque del heavy. Libres de polvo blanco (ejem, menos) y paja, estos cuatro chavales que se saltaban las clases o la posibilidad de asistir a la universidad para pasarse las noches en vela trasteando en Ardent Studios entregaron el espectacular debut “#1 Record”, el pequeño bache “Radio City” (relativo socavón, tiene el mayor hit de la banda, “September Gurls”) y el canto de cisne “Sister Lovers”

Incidiremos en el primero. Por ser una delicia. Por contar con la participación en plena forma de Chris Bell, un genio melódico. Por ser el origen de todos los discos de Teenage Fanclub. Por contar con un Alex Chilton relajado tras tener la vida resuelta con “The Letter” (no paro de darle vueltas a la idea de que si eso le permitió hacer lo que le viniera en gana el resto de su vida). Por una ingenuidad que huía de corsés. Y una calidad que ha conseguido llegar hasta nuestros días. Pregunten ustedes a ver quién habla ahora de los – aplaudibles, ojo- primeros discos de Elton John.

Pero Alex se lleva la fama y Chris carda la melena. Que hay que ver qué pelazo gastaba, señora. Ahí seguro que le cabía algunos de los crucifijos de su renacimiento cristiano. Y alguna que otra perla, amplificada con el uso de drogas. Bell abandona el grupo y Chilton endurece el sonido. Suya era la fuerza, Bell tenía el encanto. Y la mala suerte. Suelen ir juntas.

Sigue el guión por los múltiples y individualmente muy aplaudibles – y públicamente casi denunciables- recorridos musicales de Alex Chilton: Su época punk y el amor por los Cramps, su karaoke latino con Volare y similares (de ese estilo es el disco grabado en Escocia. Tupido velo), la asociación con el ídolo underground Tav Falco (un buen jetas, según “La Historia Oral del Punk”), y su retorno triunfal como Big Star, con los Posies como miembros de parcheo.

Incidimos en este último punto. Porque, demonios, los 14 segundos de actuación que se ve en la peli le hacen a uno humedecerse hasta sus singles. Los de Seattle son el núcleo duro de la banda homenaje que se monta en el SWSX la semana posterior a la muerte de Chilton, quien tenía prevista su aparición. Un “remember” que ha seguido realizándose con el paso de los años. En 2012, sin ir más lejos, se llevo a cabo en el Barbican de Londres, con muchos invitados ilustres.

Solo añadir, a modo de regalo a los lectores, un guiño acróstico: Si juntan la primera letra de cada uno de estos párrafos encontrarán lo que le hubiéramos recomendado a los directores para que el film hubiera sido más redondo.

PD: “I am The Cosmos”, es la mejor canción del mundo. Y la segunda, “Thank You Friends”.