Rayos, truenos y centellas

En las entrevistas a músicos de los fanzines (este blog es una versión maqueada de aquello) había una pregunta que salía una vez y veintiséis: ¿Cuándo te gusta componer canciones, estando alegre o triste? Normalmente se hacía a un autor o autora de melodías atormentadas, sonidos apesadumbrados o enfoque gris oscuro. No le veo a Bisbal atacando una de estas, la verdad.

Ateniéndonos a lo escuchado en su concierto del Teatro Principal, a Anari le podría gustar hacer canciones en mitad de los huracanes de agua, viento y sharknados.

Pero claro, luego te saca una sonrisa entre canciones y ves que estás equivocado. Que la que le canta a la soledad de ver llover en un coche es tan diaria como tú. Porque eres tú. Y eso reconforta.

Pero claro que no eres tú, pazguato. Es Anari. Nombre de mujer, nombre de huracán que arrasó con todo en su cita donostiarra. En un impresionante estado de forma, ella y su banda esquilmaron las palmeras de nuestro interior que minutos antes se ondulaban al sol. Tiene algo su música y su letra, algo granítico pero emocional, algo sensible e impactante, que llega a los resquicios más íntimos con facilidad y sencillez.

Sus temas generan muchísimas imágenes que navegan entre contrastes. Se intuyen tormentas y calmas, naufragios que tras el shock tienen zonas de reflexión. Melodías de Hope Sandoval y Margo Timmins, de esperanza que acaba en tromba eléctrica. Con largos fraseos de ese vibrato vocal que ha ido encontrando su sitio dentro de la garganta y dentro de una banda que no para de agasajarle, de encumbrarle o de dejarle mecerse entre las olas.

Protestando en las zonas acústicas, allá donde la importancia del tono se eleva y se destaca. Gritando en los finales de las canciones cuando tras la primera nube la emoción se acerca al epicentro del aguacero interno. Moviéndose en bailes melancólicos y perdedores. Luchando contra lo que no le gusta, volviendo a pintar unas letras certeras que siguen enriqueciéndose para acoger nuevos dolores, nuevos temores y nuevos gritos.

Al final hubo tormenta en Donostia. Pero esta fue bajo techo, en lo viejo, con una autora especial y un combo perfecto.