La charanga de Hamelín

La cuarta pared es un término que describe la pared invisible imaginaria que está al frente del escenario de un teatro, en una serie de televisión, en una película de cine o en un videojuego; a través de la cual la audiencia ve la actuación de los personajes”. ¿No le falta la música, los conciertos, a esa definición?¿Cómo explicar sino el concierto que Txaranga Urretabizkaia dieron en Tabakalera el viernes 16 de febrero?

Para quienes no les conozcan, diremos que … no conocerles es un drama, un trauma, un debe y una mierda.

Son una banda coral de Bilbao, de hasta 25 miembros, que tienen como base los instrumentos de viento y como resultado una sonrisa de un niño/a. No había más que ver al público al cierre del concierto, después de integrarse en el mismo a invitación de los Urretabizkaios.

La cita de Tabakalera – no hay destripes, cada concierto es distinto- fue itinerante, comenzando en la lámpara de lágrima cara (aka escultura de láminas) situada en la planta más baja del edificio. Allí se plantaron ellos y ellas para disgregarse, diluirse, moverse e ir soplando, de forma pausada y espaciada, sus instrumentos.

Nuestros Hamelines favoritos siguieron el recorrido por otras estancias del centro de arte de Donostia. Caminamos hasta la Sala Z y descubrimos porque la entrada de Tabaka ya no está llena de niños jugando: han creado una sala 0-6 para que padres y babies disfruten.

La cita pareció volverse normal en ese espacio Z. Mas no fue así.

  • Ellas subidos a una tarima a modo de conferencia, nosotros sentados en sillas.
  • Ellos haciendo caer piedras por la boca de una tuba. Nosotros pensando en la diversión que supone eso.
  • Ellas rascando los instrumentos con arco, como si fueran un cuarteto. Nosotros sonriendo, porque algo de cómico tenía.
  • Ellos poniéndole una pastilla al saxofón y acoplando durante dos minutos. Nosotros, algunos, otros, poniendo pies en polvorosa por sesenta segundos de nada.

Lo esperado dentro de lo inesperado.

Como espontáneo puede ser creer, pensar, que no hay nada detrás de estos actos. Algo habitual en la música experimental. El paseo hasta las escaleras principales del edificio disipó esa idea. Vimos acordes pegados en folios en el suelo. A ellos subiendo y bajando escaleras y expresando la nota en la que paraban. Tocando a la velocidad de un metrónomo enfadado, mirando un atril.

También divisamos apuntes curiosos que indicaban la anotación, los saltos que había que dar y los espacios entre uno y otro. Les vimos pasear y tocar la pared, no sé si la segunda o la cuarta, con más o menos fuerza. Tirar bolas de ping pong desde los peldaños más altos y verlas caer. Y disfrutar cómo a la gente corriente – cantante de Nudozurdo incluido, que andaba a nuestra vera- no le daba palo formar parte del festín. Al finalizar les aplaudimos y nos aplaudieron por formar parte del combo durante ese buen rato.


Desde los ojos del pop pueden parecer el lado mainstream de la música experimental, acostumbrados como estamos a los excesos y silencios cageianos. Y quizás por eso, qué sé yo, nos pirran, alucinan, hipnotizan y enamoran. Así que, como buenos hijos de la melodía que son todos ustedes, no se pierdan su siguiente cita y vayan a verla llenos de ilusión, alegría y felicidad. Porque así es como van a acabarla.

Puntuación de la velada:

  • Querer formar un grupo así después de ver a la banda: 8,989

2 comentarios en «La charanga de Hamelín»

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