Qué modernos son los antiguos.

Helmut Lachenmann. 85 castañas. Divertido. Instigador. Sabedor de su lugar, entre el punk, la invitación, el conocimiento y las aristas. Con la soltura de un jubilado en una cena de First Dates. Concreto en su música. O en lo que sea lo que haga. “Si esto no es música, entonces, ¿Qué es?”, dice casi al comienzo de una película primorosamente montada y mejor titulada: «My Way»

Con pequeños extractos de sus obras, para no aturdir a los recién llegados. Goteando sonrisas en las cartas que recibe, respetuosamente alemanas todas. Con frases ocurrentes sacadas de una mente que parece tener bastantes. Con datos, referencias y compañerismos en estas labores tan paralelas a los usos habituales de violines y timbales.

Siempre ofreciendo nuevos caminos a los rigurosos ejecutantes y oyentes. “¿Pero cómo le voy a dar al timbal en un canto?”, cuenta un músico en el ensayo de una de sus peculiares obras. Se le intuye cachondo por dentro en los ensayos de sus obras. Profanando templos lujosos desde dentro. Tocando temas de Gershwin y Bacharach en la tranquilidad de su casa y acabando con una carcajada como si hubiera hecho la mayor transgresión del mundo. Conviviendo años con las obras hasta que las entrega. ¿Hay alguien en la sala que no ame a un procastinador de este nivel?

Dos personas abandonan El Trueba durante la proyección. No parece haberles despertado la curiosidad casi juvenil de sus creaciones. Cuando eso es la película. Escuchar, disfrutar, dejarse llevar, conocer, abrirse, excitarse, inspirarse. Si este film no gana el Dock se quedará a milímetros de hacerlo.

Hay una imagen que me pone cachondo en Sisters With Transistors. El ruidista Thurston Moore, amado por todos los otorrinos del mundo, visitando la casa de una de las impresionantes, increibles, alucinantes autoras electrónicas que nos ha dado el siglo pasado. Ella, buena persona, le ofrece una de sus actuaciones, o pasajes, o transiciones sonoras. El Sonic Youth se tapa los oídos, mira con asombro, no sabe cómo reaccionar. Suck This, Moore.

Detalles nimios aparte, esta necesaria recopilación de autoras nos presenta a unas investigadoras. Unas luchadoras. Desde antes de la Segunda Gran Guerra hasta antes de ayer con los primeros Ataris. Ahí queda ese hit absoluto que es «Synthetize Me», ya en los albores del milenio.

Aunque no muestran interés en la canción, en lo clásico, en lo asentado. Lo férreo. Necesitan y buscan un espacio de libertad. “No queremos tocar obras de autores blancos muertos” afirma una de ellas. Son, por bemoles, unas conquistadoras de mundos cerrados que les minusvaloran. “A la misoginia se le combate con osciladores”, dice otra en un momento del film. No quieren ser Helen Thayer. Ellas quieren su propio mundo.

Y, sobre todo, son unas autoras. Que se montaban sus propios estudios de radio para hacer lo que querían, deseaban o sentían. De forma manual, loquísima, haciendo loops a mano con cintas. Metiendo micros en tubos para buscar efectos. Filtrando ondas mecánicas hasta llegar a donde ellas querían. Que luchaban contra el temor al cambio, en este caso de género, en las firmas de las piezas. La compositora de la primera banda sonora eléctrónica de un film confirma que la asociación sindicada de turno no le permitió que la registrara como “música”. Quizás por eso muchas no hablan de canciones sino de paisajes o transiciones. Porque un hueco debían buscar para acercarnos sus pensamientos digitales y que les dejáramos tranquilas sin tanto pelo en pecho.