“Cómo ser una autora de éxito y no ahogarse en tus sentimientos”. Ese podría haber sido el título español de “Anonymous Club”, la película dirigida a la carrera de Courtney Barnett proyectada en el Dock Of The Bay. Una obra que parte de una premisa atractiva (que Courtney grabara en un magnetofón sus ideas durante una gira larga) y que ofrece sus puntos más interesantes lejos de esas voces en off.
Imagen y sonido se unen para un pequeño descenso a los infiernos. No es la de Barnett una cara cristalina, mantiene siempre la distancia aunque el cámara sea amigo suyo. Por eso no sabemos el grado de realidad de ver a la australiana machacándose, gestionando peor que mal las entrevistas, grabando solo frases bajoneras en el walkman y autoboicoteándose a la menor ocasión – las frases del camerino ante una sala llena que le va a cantar todas las canciones-. Sin llegar la sangre al río, que ella sabe que después de la tormenta siempre hay luz. Pero tan clara es la idea que el film acaba sus títulos de crédito con un mensaje que dice “Si has pensado cosas así o te has visto en estas situaciones llama a los siguientes teléfonos de ayuda”.
La imagen es, sobre todo en la primera parte, de videoclip largo, recogiendo conciertos brutales y canciones maravillosas. Y nos va llevando desde el enfado de su disco rock hasta la paz que va alcanzando con sus canciones más acústicas. Tiene algunos momentos tópicos (“Tocar las canciones así, sola, me va a permitir conocerlas de otra manera”) pero no llega a la soledad del avión de las estrellas del rock.
Mejores son los fotogramas referidos a la creatividad. Un proceso, el de escribir (esas) letras, que tiene muchos minutos y días de bloqueo, de choque, de dibujicos en el contorno de la hoja, de frustración. Un camino que tiene minutos chulos como los registrados en la habitación de hotel con el ordenador y la guitarra, buscando rimas desde la mayor de las cercanías.
También choca y sorprende que una autora que ha vendido medio millón de discos guarde todas sus cosas en un almacén, viva a veces en casas a cambio de tenerlas en orden y que salga en el film pasando un aspirador, lo nunca visto en este tipo de palmeos cinematográficos. Quizás remarcando el caracter humano, o disoluto, de los músicos. Pero uno acaba la proyección con ganas de coger la guitarra y canturreando las canciones de la protagonista. Y cuando pasa eso es una gozada.
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