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La Oreja De Van Gogh: una conexión total

El estreno en el Kursaal de la gira de La Oreja de Van Gogh mostró a la banda donostiarra en plena forma

Sábado trece de marzo. Cinco menos cuarto de la tarde. Las olas rompen con fuerza en la costa. Una pareja compra un helado y se dirige al Kursaal. La estampa donostiarra se va a completar con una ración musical adecuada. La Oreja de Van Gogh inaugura su gira en el auditorio de la capital, y caminamos tras ellos al primero de los pases del día para contárselo.

No hubo colas ni esperas a la hora de acceder. La puerta se abrió con mucha antelación y las personas trabajadoras del auditorio nos guiaron hasta el asiento, en un trabajo excelente que incluyó recordar a los despistados que no te puedes bajar la mascarilla en ese temazo o que por mucho que seáis amigos de toda la vida hay que dejar un asiento de distancia entre los espectadores. Qué paciencia y diligencia, madre mía.

Al puesto de venta de artículos no le vimos discos a la venta. Camisetas y chaquetas de cuero a 170 euros colgaban de los estantes. Un chorrete de gel hidroalcohólico y a la butaca. Se notaba nerviosismo en el ambiente. El público estaba expectante por ver a su banda preferida. Había niños, adolescentes y gente en su enésima juventud. Familias en formato monoparental, cuadrillas, parejas y colegas. La Oreja de Van Gogh es como las películas de Disney y las palmeras de chocolate: gustan a todo el mundo.

El escenario pareció escueto de luces, pero el paso de los minutos iría descubriendo nuevos fogonazos y sutiles iluminaciones. La tarde arrancó con la pieza «Como un par de girasoles», incluído en su último disco «Un susurro en la tormenta». Por aquello de no destriparles toda la lista de canciones a los que vayan a asistir a las funciones pendientes (hoy y el 15 de mayo), podemos afirmar que hay temas realmente fantásticos («Doblar y Comprender») en los que «La Oreja» hace que todo suene distinto sin cambiar de estilo.

La tarde-noche nos permitió disfrutar de varios momentos country muy agradecidos. Guiños latinos poco disimulados. Obras pacíficas con poso social. Solos de batería. Estrofas en euskera. Melodías de amor empanado. Emocionantes baladas («Jueves») que conmovieron en su zona acústica. Siempre con un sonido pulcro y conciso. Y con un guitarrista, Pablo Benegas, que sigue adorando a U2. No se extrañen si aún tiene un póster de The Edge, el rasgador de la banda irlandesa, aún pegado con chinchetas en la pared del cuarto.

El concierto tuvo otras sorpresas, como el buen estreno cantor del teclista Xabi San Martin en el dueto clásico y romántico «Durante una mirada». Los antiguos éxitos funcionaron de rechupete. Son tantos que te puedes hacer toda La Concha andando escuchándolos. La gente se subió a ellos sin rubor y sin muchas invitaciones, haciendo que »La nueva normalidad» comenzara poco a poco a parecerse a la antigua. «Hemos sentido el Kursaal más lleno que nunca. Esto no ha hecho más que empezar», dirá la expresiva cantante Leire Martinez en el cierre del espectáculo. Si nos atenemos a lo visto y escuchado este sábado en Donostia la banda brincará sobre los estilos ahora reinantes (trap, reggaeton, hip-hop) para continuar por la senda del éxito.

Publicado en El Diario Vasco

Olatz Salvador: la fascinante calma

Intérpretes: Olatz Salvador (guitarra, voz), Ander Zulaika (batería), Jagoba Salvador (bajo), Mattin Saldias (guitarra) e invitados. Lugar: Teatro Victoria Eugenia (Donostia). Día: 07/2/2021. Asistencia: lleno, unas 400 personas.

Solemos tender a asociar la cultura con su resultado: una fama, popularidad o relevancia que viene de los miles de visionados de un vídeo o los clicks que recibimos en nuestras redes sociales. Pero la cultura no es, o no debería, ser eso. La creación debe ser el origen de todos esos resultados. Y así, ya hagas pop rabiosamente comercial o pop de habitación, lo importante es el camino que tu elijas. “Gero gerokoak” (“Luego Dios dirá”), que se dice en euskera.

Olatz Salvador lo tiene claro, y de paso te llena el Victoria Eugenia. En el concierto de ayer demostró que ha superado el cajón del pop-rock y ahora corre por un sendero atractivo que sorprende y atrapa. Con gotas de electrónica, secciones pregrabadas (precioso su homenaje a la malograda Gata Cattana titulado “Eskuekin”) colaboraciones en castellano – Olatz canta en euskera- y canciones tranquilas.

Dentro de esa calma relativa su voz se erige dulce y potente, tan libre que se permite correr más que lo que le pide la estrofa (“Eraman nazazu”). Expresiva hasta permitirse alejar varios palmos el micrófono de su boca (“Lokarriak”).

Claro que tiene temas que pueden considerarse “hits” a la vieja usanza (“Hiria”,”Zintzilik”, la veraniega “Gelditu hor”). Pero es en esa otra tierra media, la que puebla el concierto, donde se disfruta de la belleza. El sosiego se empapa de blues (“Betileekin”), jazz (la casi nana “Ba hori”) o los guiños guitarreros a U2 (“Sustraiak”).

De las variadas colaboraciones destacaremos el vitalismo de Gartxot Urtxain, que llegó “unchained” (desencadenado) de alegría al escenario, el nervio sureño de La Mare en “Mareak” y la emotividad que Garazi Esnaola supo imprimirle a la emocionante “Ez garen gu”. “Está super guay hau”, dijo un joven en los pasillos. Y la frase nos vale como certera conclusión.

Publicado en El Diario Vasco

Amorante, Verde Prato: pop futurista

Interpretes: Amorante (guitarra, teclado, corneta, voz), Verde Prato (teclado, voz). Lugar: Centro Cultural Niessen (Rentería). Fecha: 07/01/2021. Asistencia: lleno, unas 130 personas

Fabuloso el cartel doble de ayer en Rentería, a cargo de dos de las lanzas creativas más fascinantes de nuestro panorama musical. Arrancó Verde Prato, autora que desnudó los estilos. La tolosarra reconstruyó el “Agurra” de Lourdes Iriondo con una gota de folk inglés y una voz de reverberación cavernosa. Similar suerte corrió el carnavalesco “Galtza Haundi”, pieza que consiguió llevar al dramatismo. Nos invitó a tararear y silbar (“Anaien Kanta”) y no le hizo ascos a los aires modernos (“Neskaren Kanta”). Su emocionante entonar, en el que apenas se distinguían las sílabas, pareció hecho para contarnos y cantarnos secretos.

El segundo tiempo del partido le correspondió a Amorante. Rodeado de instrumentos y cachivaches – parecía John Lee Hooker sentado en el brocante de Ahetze-, comenzó tocando en la platea para después ofrecer un pasaje de duelo (“Condor”) y oscurecerse en “Kanposantuko banketea”. Antes, durante y después de esos cortes sonaron cornetas, teclados y voces rockeras o aflamencadas. Tonos vocales casi siempre tratados y juguetones. Una explosión caleidoscópica muy trabajada y abierta.

En “Hairu” mezcló el rap con el jazz más loco. Se puso cariñoso en “Juliana”. Recuperó el clásico ”La llorona”. Disfrutó e hizo disfrutar con “Manuela”. Y se destapó en piezas divertidas como “Ay, Carmelo” y un “Parisera joan nintzen” cantado en “perfecto euskañol”, como apuntó el autor vasco. Amorante y Verde Prato ofrecieron, cada uno a su manera, un ejemplo de la buena salud de la que goza nuestro pop menos encorsetado.

Publicado en El Diario Vasco

Niña Coyote eta Chico Tornado: rabia alegre

Intérpretes: Koldo Soret (guitarra, voz), Usua de la Fuente “Ursula Strong” (batería). Lugar: Teatro Victoria Eugenia (Donostia). Día: 06/01/2021. Asistencia: unas 325 personas de un aforo de 400.

Con unas canciones perfectas para quemar la nata del roscón a bailes – o con movimientos efusivos del tronco superior, que es lo que permite la nueva normalidad-, el potente dúo guipuzcoano Niña Coyote eta Chico Tornado aterrizó ayer en Donostia para presentar sus últimas composiciones. La cita en el Teatro Victoria Eugenia sirvió para engalanar la furia habitual de Koldo Soret y Ursula Strong.

La visión fue tan potente como atractiva: escenografía sobria y acopio de amplificadores, con un guitarrista/cantante y una baterísta sonando como una banda de enfadados motoristas – o gritones antivacunas, lo que más miedo les dé- . Vestidos de rojo sangre. Felices y sonrientes mientras tocaban. La ejecutante rotunda, capitana del ritmo de las galeras. El guitarrista, “tornado” peligroso como los del film “Sharknado”, se apoyó en pedales varios para completar el abanico de graves y agudos.

Entre las instrumentales destacaron la tenebrosa “Cabezacubo”, la tribal “Jungle Tornado” y la gran “Earthquake”. A la hora de cantar, quizás por el tipo de música potente y pedregosa, la voz de Soret sonó algo enterrada frente a los zurriagazos sonoros de “Hotsa” o la majestuosa “Azeri eta Herio. La versión del “White Room” de Cream fue la más melódica de la lista, más por contraste que por melosidad. En total fueron 17 canciones en una hora. Una sucesión de trallazos sin apenas palabras entre ellos, con un grupo a la faena que se despidió, mascarilla puesta, paseando por la zona de las butacas.

Publicado en El Diario Vasco

Y los conciertos volvieron a las salas

Bueno, al menos esperamos agotar el aforo”, afirmaba a este medio hace unos días con una sonrisa Sergio Cruzado, el director del Donostia Festibala, a propósito de las limitaciones de aforo que por prevención y seguridad iba a tener la vertiente trotona y capitalina de su festival en 2020.

Parada su versión magna, la que junta a miles de personas cada septiembre en el hipódromo guipuzcoano, los organizadores del evento ofertaron este fin de semana una serie de conciertos en distintos puntos de la capital. Con grupos que mantuvieron viva la llama de la cultura en emplazamientos como la sala Doka (limitada a 60 asistentes) o la Casa de Cultura de Intxaurrondo (70 personas), entre otros. Lugares que la pandemia ha reducido a la mínima expresión y que ahora retoman esta antigua labor, esperemos que no de forma puntual.

Jueves y viernes fueron los días del pop suave de Matilda o IDO, la potente frescura de Hakima Flissi o las voces tuneadas de las euskaldunas J Martina. El sábado comenzaba didáctico, con la clase magistral que el getxotarra Javier Letamendia “Leta” dio en el sótano la biblioteca Koldo Mitxelena. Una sesión a la que, que por cuestiones de seguridad, solo se pudo asistir vía streaming.

Es perro viejo el señor Letamendia, curtido tras la batería de varios grupos famosos (El Inquilino Comunista, We Are Standard). Tirando de experiencia e inquietudes acercó de forma amena y sencilla conocimientos sobre las grabaciones, los secuenciadores, los teclados MIDI, los “tempos” de los estilos musicales antiguos y modernos, los conectores que necesitas para grabarte un disco en casa, las formas de colocar los micrófonos en las actuaciones o las ventajas que ofrecen los aparatos modernos más asequibles. Uno puso cara de pasmo al ver lo fácil que podía llegar a ser controlar la máquina de humo a través de una conexión con un instrumento digital.

La tarde debía proseguir con las actuaciones a cielo abierto, en la terraza de Tabakalera, de los grupos rockeros indies Lemy River y Venturi. Pero como nunca llueve a gusto de todos – meses llevaba la ciudad sin chaparrones y ayer cayeron unos cuantos-, el clima hizo que los eventos se trasladaran al escenario situado en la cuarta planta del edificio.

Unos nubarrones que no afectaron al resto de la jornada. En la sala Doka del barrio del Antiguo se celebró la cita rockera del certamen, con Gatibu y Ezpalak en el cartel. Los primeros, una de los bandas más relevantes del panorama vasco, se acercaron a Donostia con una formación adaptada a los tiempos: batería casi acústica, voz y guitarra. Repasaron sentados temas de distintos momentos de su discografía buscando, en palabras del cantante, “ofrecer una invitación al disfrute en estos días complicados”.

Lo de Ezpalak fue impresionante. Rock enérgico y elaborado con muchísimo gusto. A ratos un poco punk, otras tirando al ska y casi siempre sonando como un golpe en la cara. Con un cantante pleno de energía bien acompañado a los coros. Por momentos parecían los Foo Fighters presentándose al concurso de maquetas de Euskadi Gaztea. Profesionales y contundentes, los cortes de su futuro disco sonaron fantásticas. Fueron el descubrimiento del Festibala.

Este Donostia Festibala 2020 de apaños e ímpetus, de ilusiones y cultura en vivo, finalizaba con el set del rapero malagueño Foyone en Intxaurrondo. Su hip-hop combativo bien pudo ser el mejor ejemplo de un gremio, el musical, que pelea para poder seguir ofreciendo su arte en estos tiempos tan difíciles. El festival volverá el año que viene, si la cosa no se tuerce mucho, a su emplazamiento habitual del hipódromo lasartearra. Pero se agradece el esfuerzo de los organizadores (se agotaron las entradas para casi todos los actos) por volver a reactivar la música estos días de geles, asientos y mascarillas.

Publicado en El Diario Vasco

Txikijazz: la música que amansa las fieras

Sara Mansilla y Los Juanes cerraron ayer este ciclo de conciertos de enfoque familiar

El Jazzaldia cuenta con un proyecto llamado Txikijazz en el que las familias comparten y aprenden disfrutando de la música. Adaptada este año a las necesidades de seguridad de la COVID, la propuesta ha perdido las actividades lúdicas centrándose, que no es poco, en la oferta de recitales familiares.

No es casualidad esta última frase. Las actuaciones eran sólo para familias con niñas y/o niños. En la entrada se colocó un filtro que impedía el paso a quien llegaba al lugar de forma individual o sin churumbeles a su cargo. O dicho de otra forma, priorizaba el acceso de los grupos. Porque el examen fue relajándose con el paso de los minutos y unos y otros accedieron sin problema al lugar. El abrasador domingo comenzó flojo en este escenario situado en la trasera del Kursaal para ir animándose hasta conseguir llenar la mitad de su aforo, dispuesto para 300 asientos.

Frente a sillas y humanos se colocaron la cantante Sara Mansilla y Los Juanes para animar la gala mañanera. Voz, saxofón y guitarra tocando muchos palos de forma resolutiva y refinada. Arrancaron con el clásico de Nina Simone “My Baby Just Cares For Me” (“mi pareja se preocupa por mí”). Y quien sí se preocupó por nosotros fue la organización del Jazzaldia. Los promotores solicitaban el nombre y el apellido en la entrada para contar con un registro de asistentes. Escondieron las mesas para que mayores y pequeños se sentaran en fila por grupos, bien distanciados entre sí. Como en el resto de pases terraceros que se suceden por la tarde, no se podía estar de pie y cada asistente debía ocupar el asiento que le indicaban sin poder moverse por el recinto. Esto fue especialmente complicado para los más jóvenes, pero todos cumplieron las normas a rajatabla. Atentos a ratos, pero siempre educados en estas cuestiones que les imponen los mayores.

Sara Mansilla, una especie de Amy Winehouse sana y pulcra, cantó piezas propias (“On Your Own”, “Better Place”) y ajenas, decantándose por un soul insinuante y un jazz-blues que le sentaba como un guante. Ralentizó el “Wiked Game” de Chris Isaak hasta dejarlo en un susurro, cantó en euskera (“Back To You”) y desplegó mucha elegancia vocal en cada uno de los cortes interpretados. Una buena despedida para una sección del programa tan necesaria como agradecida.

Publicado en El Diario Vasco