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Lo nunca visto

No se asusten con el titular, “melendiebers”. Este no va a ser un texto de pegarle al muñeco. Sobre todo cuando el del viernes fue un concierto correcto para unos y maravilloso para otros. No, el encabezamiento en letras grandes no va sobre el acto. Va sobre ustedes. Pero cada cosa a su tiempo.

El ovetense llegaba al ruedo capitalino, ese espacio con más nombres que un aeropuerto madrileño, para presentar su nuevo disco “Un alumno más”. Con un montaje que no desentonaba en el lugar. Luces y escenografía que al fin huyeron de los encajonados auditorios para mostrarse en todo su esplendor y embellecer aún más la figura central. Ese muchacho de barrio, pícaro y canalla pero no mala persona. Con un pasado notorio en los derrapes y un presente acicalado por los tubos catódicos, que además de engordar te hacen más mono.

El evento siguió los cauces habituales: locura total en los temas más antiguos y en los más televisados (“Lágrimas desordenadas”, “Tu jardín con enanitos” y media docenas más), ligero despiste en los más potentes o menos radiados (“Somos”). Palmas, corear los estribillos, darse las manos y moverse siguiendo el ritmo. Mezclando rumbita, baladas, cantes a lo Sabina y guitarrazos de Extremoduro. Charlando mucho entre temas. Musicando amoríos y ejercicios de autoayuda. Con una divertida presentación de la banda y un cambio de vestuario en el que vemos un vídeo de una versión no acreditada del “Neverending Story”. ¿Ven? Hasta aquí todo normal, o excelente, o llevadero. La palabra que elijan será la correcta, siempre justos asistentes.

Acaba el concierto, han pasado más de dos horas. El grupo se despide de esa manera ya conocida de “tranquilos, que volvemos enseguida para los bises”. Un tópico rockero. Pero la gente, lejos de pedir la vuelta, que sería lo normal cuando un concierto te ha encantado, comienza a marcharse feliz y sonriente sin lanzar peticiones al viento. Y a los pocos minutos dan las luces.

Atónito, caigo en la cuenta de que la televisión nos ha comido la cultura escénica musical. Que hemos, han, asistido a un concierto como quien ve una película, un telediario o una serie. Y que cuando se acaba, pues a otra cosa. Tan pichis. Más que ver, gozar o corear, lo que hemos hecho es consumir. Supongo que este es uno de los sinsabores de volver a la palestra por estar muy presente en los salones caseros a la hora de cenar. Ánimo Melendi, que el tuyo es un buen show. Igual si le pones anuncios o un “making-of” después…

Publicado enCríticas de conciertos

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