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The Wailers: Chocolate y churros

Jóvenes defensores de las bebidas low-cost. Niñas y niños en sus primeras salidas nocturnas y decorados con estiradas adaptaciones de los vestidos de sus barbies y geypermanes, madres y abuelas que inspiraron todos los grupos de “Señoras que…” habituales en la red social Facebook, mozalbetes con camisetas llenas de ironía -“Sin petas no hay paraíso”-, gentes que pasearon por toda la ciudad hasta llegar al concierto de Sagüés. Vascos, españoles (a los idiomas me refiero), franceses sin límite, chinos, ingleses.

De todo eso, y más, pudimos ver entre el gentío que abarrotaba la explanada del barrio de Gros con motivo del concierto de The Wailers.

Una ordenada marabunta que se esparcía por todo el espacio disponible: laterales, carreteras, paseos, bares, txosnas, la zona de audición propiamente dicha. Aquello parecía una prueba extrema de tensión, como la que se realiza en los puentes prestos a inaugurarse. O un panal gigante donde cada abejita ocupaba su celda. Y sin mayores problemas sanitario-tumultuosos, por lo que pudimos observar.

La abeja reina de la velada respondía al nombre de The Wailers. La mítica banda que acompañaba al no menos histórico Bob Marley. Bueno, lo que queda de ella, claro. En este caso, un bajista de la formación original. Podría haber sido peor, y que el elemento que lo justificara fuera un pipa de los que afinan las guitarras o el encargado de comprar las púas. Que de todo vimos ya en nuestra larga travesía.

Historietas aparte, lo que importa es que la música ofertada sea digna del nombre que se pasea. Y en el caso de los Wailers podemos afirmar que la ejecución fue correcta, basada en los sonidos más clásicos y optimistas de los ambientes jamaicanos.

Una buena voz empeñada en gritar “Ratafari”, “Jah” y “reggae” a las primeras de cambio y un apropiado apoyo coral femenino. Cantando los ilimitados temas exitosos de Marley sin mayores desviaciones. Siempre caminando al filo, entre la justa y elegante recuperación de las melodías eternas y la interpretación estajanovista de una banda tributo al uso. Salvando algunos sonidos del teclado, dignos de las orquestinas que actúan en camiones-escenario por los pueblos, el resto mantuvo el tipo.

Y para quien no tuvo suficiente (hay gente para todo), la zona de las terrazas del Kursaal presentó la fiesta de la escena local reggae, con los Revolutionary Brothers como elemento aglutinador y las aportaciones de Yanu, King Konsul o el británico General Levy a los micrófonos.

Publicado enCríticas de conciertos

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