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Semana Grande 2007: Bailando bajo la lluvia

La noche del miércoles dirigimos nuestros pasos hacia el quiosco de la Plaza Easo. Allá se celebran esta Semana Grande los bailables para los mayores. El emplazamiento habitual, la Plaza Zuloaga de la Parte Vieja, está en obras. Un cambio que ha permitido extender la zona de escenarios a otras pobladas zonas de la urbe como Amara y ampliar su radio de acción a todo el Bidasoa, conectada con la céntrica plaza por medio de la contigua parada de Euskotren.

Caminamos hacia el lugar de la cita musical con pocas ilusiones. Los intermitentes chaparrones nos hacen pensar que la actuación prevista, a cargo de la donostiarra Orquesta Mompás, se ha tenido que suspender. El agua suele ser mala compañera de guitarras, amplificadores y resto de material sonoro. Unas gotas que mojan la mesa de sonido, serpentean hasta un amplificador o se meten en un altavoz aumentan el riesgo de que se produzca un cortocircuito.

Parece que las pocas necesidades organizativas (una minúsucla mesa de control y cuetro altavoces bien resguardados) y orquestales (un par de guitarras y dos enormes teclados) permiten que el cuarteto ejecutante pueda llevar a cabo su labor sin mayores riesgos.

La pólvora de los jubilados asistentes a la cita musical es como la de los Fuegos Artificiales. Si se tapa mientras cae un aguacero luego estalla con todo su esplendor. “A mí me hace falta un tifón asiático para que me vaya a casa”. La irundarra María Pujol sonríe mientras se cuelga del brazo de su acompañante, esperando que la banda sea puntual y comience a tocar su repertorio de canciones exitosas a la hora prometida. “Vengo todos los días, ya que el Topo que me lleva de vuelta tiene su parada aquí al lado. Hoy sólo nos hemos animado la parejita. Normalmente solemos acercarnos con otros amigos, que en esta ocasión se han echado atrás por el tiempo”. Imposible echarle algo en cara a la cuadrilla, viendo que los charcos no paraban de crecer.

Todo indica que la actuación en ciernes se va a recordar como un concierto de mucho escuchar y poco moverse. Los chicos (y chica al micrófono) de la orquesta comienzan con melodías de romería, afinando el sonido y buscando calentar los ánimos de unos asistentes que, aún algo reacios, se extienden por los laterales de la plazoleta.

Pero la quietud dura poco entre la concurrencia. La consecución de un par de tonadas famosas cuando los presentes eran aún pequeños futbolistas y aprendices de costureras dejan curiosas imágenes en nuestras retinas: Las parejas que convierten la Plaza en un ceremonial salón bailan mientras se tapan bajo un paraguas abierto sujetado por su mano entrelazada, en una suerte de suave pero interminable danza derviche.

Pero tanto va el cántaro a la fuente que acaba rompiéndose, dejándolo todo calado. Una fuerte tromba ahuyenta a nuestros incansables, que curiosamente se dirigen en masa a la Estación de Tren. La banda, a cubierto bajo el techo del quiosco, prosigue de manera profesional con la lista de canciones. Lástima que las isobaras aguaran el ecuador de nuestra semana festiva, mostrándose poco partidarias del baile al aire libre.

Publicado enReportajes

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