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No Molesten

Ellos sonreían al fondo de la barra. Los amigotes se habían juntado donde siempre. Por ahora sólo eran cuatro, pero llegarían a la docena en menos de veinte minutos. La charla era en modo “trivial”, nada de devaneos sobre calentamientos globales: Vaciles sobre el trabajo y el famoso “trenecito” se unían con chascarrillos poco publicables sobre damas y golfas, mientras se planeaba el fin de semana largo que se acercaba.

Los planes no incluían viajes más allá de donde llegue un coche sin repostar. Aquí los viajes se hacen sin moverse del sitio, ya me entienden. Cenas bajo techo en casa, y luego mucho postre glaseado.

Las cañas y alguna copa animosa iban y venían cuando el séptimo hombre del grupo entró en escena cabizbajo y con una sonrisa postiza. Agarró un taburete, pidió una cerveza y cerró el circulo sentándose entre el promotor cultural y el comercial telefónico.

“¡Que pasa majo!, ¿Que tal la semana?” le agasajaron sus compañeros de circunferencia. Un “bien” y un arqueo de ceja fueron la respuesta más impetuosa que el mozo puedo llevar a cabo. Y la charla siguió entre charadas por otros derroteros banales y frívolos, que por algo era viernes noche.

Nuestro hombre no podía participar en la alegría colectiva, porque no tenía cuerpo de jota ni de ele. Absorto en sus pensamientos y algo triste, de su ojo izquierdo cayó una lágrima y comenzó a plegarse. Encorvándose muy despacio, con ligeros tembleques, mientras su chaqueta comenzaba a mostrar unos bultos que poco a poco iban haciéndose más pronunciados bajo la chaqueta vaquera.

Nadie se sorprendió cuando unas finas y largas alas surgieron de la espalda de nuestro Gregorio Samsa y salió volando en busca de la salida. “Oye, ¿le has llamado al del postre?” se escuchó desde la boca que no bebía cerveza en ese momento. “¿Postre? Si quieres ya te doy yo un poquito”. Y el círculo, ahora cojo, estalló en carcajadas.

Publicado enNarrativa

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