Una hora más gruñon

Ay, como me gusta el final del verano, el final de las vacaciones, la vuelta al trabajo. El calor aprieta, y por algunas zonas de mucho calor la gente –seguro que fans de Murakami- coge escopetas y empieza a apuntar a las calles en vez de al cielo. La España acalorada, más que profunda.

Una época, la preotoñal, que viene cargada de buenos deseos. Y un análisis más pormenorizado de la foto del asueto, y por ende, de lo que vamos de año, normalmente encabezado por un titular derivado de “estoy hasta los huevos de…”

En mi caso, que para algo soy el que paga esto, descubro que estoy harto de los records como parte de un éxito. Que no me importa que este año en las reuniones populares/festivas haya habido más gente que el año pasado, que para mí no significa nada. Ni bueno ni malo. Que odio ese sistema de marketing caracterizado por frases del tipo de  “19º edición”, “más de un millón de discos vendidos”, “más de 600.000 espectadores”, “la película revelación”.

No me dibujen en una trinchera, limpiando mis vinilos viejos con algún producto natural. Aunque esté más cerca de esa estampa que de la contraria. Me gustan , y cada vez más, los actos pequeños, las actividades menores, las ediciones mínimas. No como medalla de elegancia, sino como ejemplo –inconsciente- de amor a ese arte. Sin forzar nada ni desear obligatoriamente distinguirse del resto, me gustan las canciones a medio acabar que finalizan como quien apaga los instrumentos a mano, los discos cercanos.

Creo que lo decía Karlos Osinaga (gracias Marlon), hacen falta más grupos malos que transmitan, en contraposición a gente que maneja la técnica de rechupete y no transmite nada. Más Galaxie 500, menos Coldplay. ¿Me explico? Beber en tascas y no en discotecas, comprar en tiendas de barrio y no megahipermercados, las canciones de décadas pasadas frente a las actuales, cocinar una hora lo que se puede tener listo en 10 minutos precongelado.

Y mucho me temo que la cosa se va a poner cada día peor. En parte, porque igual cada hora que pasa soy un poco más gruñon. O porque cada vez me gusta menos todo lo que veo a mi alrededor, tanto cultural como económica o socialmente.