La España Vacía

Mertxee abre el periódico mientras la brisa aletea las hojas del mismo. Como cada mañana desde hace 35 años el día comienza con un paseo por la playa, y la lectura de las novedades antes de arrancar la jornada laboral.

En su banco pasa de atrás hacia adelante, una vieja manía, las distintas secciones. Poco entiende ya de deportes y economía, algo menos de política y sociedad. Como las de su edad, tiene un Master en Esquelas. “Al menos no veré la mía”, se dice, mientras recuerda haber dicho una y cien veces en las cenas de navidad que para ese mal trago familiar elijan la de la fiesta de Pentecostés, con aquel peinado tan bonito.

Llega a un artículo muy grande sobre La España Vacía, y no le suena extraño. Ella tiene un colmado por donde todo el mundo pasaba y se fiaba en notas de papel. Hoy espera, ojea algún libro o revista, y mira los whatsapp con las últimas monerías de sus nietos, mientras un visitante entra preguntando por cambios para el parking. Ella también sufre la calma que hacía que la mercería abriera tarde “porque las niñas salen del colegio a las siete y son unas grandes clientas”, repetía una y otra vez Asunción. Pobre Asunción. Vaya foto le eligieron para el periódico.

Los hombres trabajaban en puestos de fuerza y relevancia, en empresas que cuidaban a sus trabajadores como el bien necesario para poder avanzar. Sudaban mucho para poder pagar una casa, pero lo conseguían. Trabajaban nueve y diez horas, pero la vida iba a su par y pocos trastabillaban. En los pueblos y las ciudades la vida se disfrutaba. Unos lugares de gran belleza clásica que destilan historia y cultura. Como aquel palacio, ahora derruido para importar mármol y ponerlo vertical. Como aquella calle, ahora troceada por muchos anuncios y sus tiendas. Antes todos los nenes corrían por las plazas y pueblos sin más queja que un berrinche y más herida que una pedrada.

Mertxe suspira mientras acaba el artículo de marras sobre ese país que tanto ha cambiado, que tanto ha empeorado, que se ha vaciado. Y lo ve propio. Ya no hay belleza. Ya no hay palacios. Y ya no hay gente. Gente que viva donde ella vive, en esta zona de la playa de una capital costera. Donde ya no hay casas sino etapas volantes de humanos visitantes. Donde por mucho que curres eres un autónomo subcontratado. Donde la belleza ahora se ve en exposiciones de la antigua belleza cercana. Donde la gente viene a ver lo que fuimos, cuando ya somos otra cosa. Donde la gente tiene que irse porque ya no cabe en los baremos. Y no les vamos a molestar, que son más importantes que nosotros.

A veces la España Vacía también está en la mitad de las ciudades turísticas