Accidente cardiovascular

Nadie repara en la creatividad de las sirenas de emergencia. Máxime cuando suenan por él.

Estoy tumbado en el suelo de un bar. Veo el techo, del que parece colgar una lámpara de lágrima compuesta de varias cabezas. Algunas conocidas. Qué maravilla. ¿Cómo habrán hecho para que en vez de una vela eléctrica haya la cabeza de un colega?

“Rápido, una vía”. Imagino un Alvia queriendo llegar a Donosti, apelotonado en una cola eterna de AVEs de rapiña. Vaya, parece que el golpe contra el suelo ha sido fuerte.

Un collarín rodea mi nuez. Y una camilla acomoda mi espalda. El viaje a la ambulancia se hace rápido, por más que sean fiestas y las calles estén a rebosar.

Llegamos a urgencias. Me han debido reconocer, paso directo a un box. Pruebas, sangre, scanner, tac, saltos a la comba, air guitar, dibujos impresionistas. Paso todas las pruebas cum laude. “En 48 horas estará usted perfecto”. Sonrío pensando que me van a estirar un poco la piel y quitarme esos kilitos de más. A ver si se han equivocado y me han acabado llevando a la Betty Ford…

Que no se me olvide preguntar por lo que me han medicado. Mola bastante.

Duermo inquieto, a ratos, con cierta ansiedad por más que la habitación esté en silencio. A la mañana llegan los desayunos, las visitas de las enfermeras y , al final, la doctora. Con gesto serio pero tranquilizador me dice el diagnóstico. “He hablado con los camilleros y testigos, y tras ver los resultados de los análisis puedo afirmar que usted ha tenido un accidente cardiovascular. No hay mucho tratamiento para ese mal, que le afectará al sueño y al habla. Quizás coma menos. Y se verá nervioso. En ocasiones sufrirá inesperadas subidas de tensión. La única solución que le puedo recetar es volver a hablar con esa chica que se lo provocó. Y quedar con ella.