Rasgarse las vestiduras (sonoras)

En España se alza un coro de plañideras cuando los cines caen ante las fuerzas inmobiliarias. Y si echa el cierre una librería emblemática en cualquier ciudad, el escándalo siempre es general.

Sin embargo, dejó de funcionar Discoplay y no he visto el más mínimo reflejo en la prensa. Discoplay, que nació como tienda cara al público en la Gran Vía madrileña, se recicló en servicio de venta por correo y, a lo largo de sus treinta años de vida, hizo más por la difusión de la cultura que algunos ministros del ramo.

En realidad, las tiendas de discos son focos musicales, puntos de encuentro, nudos del tejido cultural. Como tales, deberían ser mínimamente protegidos, aunque sólo fuera para evitar la homogeneización del paisaje urbano, invadido por los Zara y los Starbucks.

Me adelanto a las objeciones. Acepto que las disquerías no siempre son lugares acogedores: abundan los dependientes impertinentes, al estilo de Jack Black en Alta fidelidad, por no hablar de los tenderos demasiado cool.

Diego Manrique, en El País