Polinesia Meridional: Aceite balsámico

La Casa Azul ha editado por fin “Polinesia meridional”. Tras varios retrasos y muchos meses ocupado en la sintonía de la serie infantil Jelly Jam, Guille Milkyway presenta su nueva canción de canciones. El sello es inconfundible, aunque hay variantes respecto al pasado.

Por una parte, sus miedos. En las letras. No creo que en las composiciones, ya enganchadas a un patrón bastante bien sujeto. Pero sí en los sonidos. En las primeras canciones, luego ya menos, no hay un solo segundo en el que no suenen un mínimo de 10 instrumentos o detalles. Antes había un montón de cosas, muchos minifocos de atención, pero es que ahora da para un master universitario. O para buscar a Wally.

Siendo como es un gran productor y un mago a la hora de elaborar mezclas perfectas en sus sintéticas composiciones, Milkyway ha llenado ahora todo hueco con algo. Abruma. Casi diría que, respecto al pasado, la voz a veces suena demasiado oculta y con demasiados efectos.

Quizás por ese exceso, quizás porque es más “disco” que nunca, el CD corre peligro de sonar mucho en tiendas de ropa y poco en nuestras casas. La música disco siempre fue eso, entretenimiento con la profundidad del canto de un folio. Aceite sobre el agua.

Hay peligro de fijarse mucho en los detalles y pasar del tema completo. Más que nunca. ¿Fallo mucho si digo que es «disco sinfónico»? Es más crucerístico que nunca. Hay estribillos a doquier, claro. Más pelotazos que en una mani de Jarrai. «La fiesta universal» (¿»hacerse de rabiar» existe?), «Todas tus amigas», «Los chicos saltarán hoy a la pista». El -nuevo- guiño a Los Ramones. Y Phil Spector.

Pero, repetimos, sobre todo en el arranque, dejó de transmitir las virtudes del pop para ponerse a pegar saltitos y airear el visón. Calzándose el gorro de ala ancha en el Studio 54. No es malo, pero no es lo que era. Confiemos que la sucesión de las escuchas mejore nuestra percepción y el disco acabe siendo imprescindible. O, que también, acabemos currando en Stradivarius.