¿Es lo tradicional el mejor gancho para el que tu público no sea juvenil y bien amplio?¿Es el divertimento la mejor manera de llegar?¿Es la mezcla trabajada y controlada, las historias guionizadas con espacio para la improvisación, el futuro del mundo del espectáculo?
La palabra empleada no es gratuita, porque para espectáculos, el de Rodrigo Cuevas. Un hombre que conocimos de refilón en una fiesta de Noventa grados y que ayer en Tabakalera gozamos en total plenitud, con varios y variados momentos de lágrima viva.
“¿Usted se cree que si yo tuviera vergüenza estaría ahora aquí haciendo esto?”, dice este recuperador de tradiciones (“agitador folklórico y sex symbol de la copla, integrante del movimiento sexyfolk “, dice su bio), desparpajista nato, incitador lleno de naturalidad. Un muchacho que se guarda las espaldas con ese «viaje a Covandonga» que dice faltarle para, inemdiatamente después, empezar a desparramar cual fuente en deshielo.
Arranca su show ya de manera ingeniosa y refrescante para no bajar el pistón lagrimoso en ningún momento, con un contacto directo con los presentes, entre bromas y vaciles, entre guiños e ingenios, con diversos colchones por si cae a plomo, con picaresca de vodevil y revista (qué burlesque y qué burlesque, que en España ya se hizo eso antes) que hizo las delicias de las menos jóvenes, quienes conocían -casi- todos los tonos cantados.
Alocado/a pero sin pasarse de frenada, siempre elegante hasta en los picardías y las madreñas, nos descubre que el reggaeton nació en Asturias, defiende la recuperación del cantar popular en viajes y autobuses vacacionales como forma de alegría, entona en euskera como ya lo hicieran Faemino y Cansado, recupera historias montañeras, MEJORA varios pasajes de Hidrogenesse y nos confirma, como ya apuntaba Lorena Álvarez, que nuestro pasado es tan bonito que bien merece un dignificante y pizpireto repaso.