¡Viva el Mal!¡Viva el capital!

Hay varios placeres terrenales que hay que saber disfrutar para caminar sonriente por la vida. Comer con las manos, dormir hasta las tantas un día laborable para el resto y festivo para ti, ver sin sacar fotos un momento irrepetible. Y asistir a un concierto sin tener ni idea que qué hacen, qué tocan o cuántos son.

Por alguna extraña razón esa última fórmula me funciona nueve de cada diez veces. Suelo salir de la sala encantado, sonriente, divertido, y de subidón. A veces por los grupos, otras por la gente con la que hablas, y las hay que es por la suma de elementos. La cita de los cuatro cuatreros combos que pasaban el sábado por el Dabadaba tenía muchos boletos de lanzarse a la diversión. La edad me invitó a pasar del primero de ellos, que cuatro son multitud para este cuerpo salsero en día lluvioso.

Lo de Sin Bragas fue un flash. Un shock. Un rayo de luz (nuclear). Chico y chica sampleando sin rubor y cortapegando porque yo lo valgo. Ella imparable, pegando botes y cantando/chillando. Él bajo una pose ramoniana (y no solo ramoniana, temas de 90 segundos sin pausa ni para saludar) y aires Suicides. Brochazos de Aviador Dro que luego regurgitarían en el último combo – con el que compartían especímenes-.

Con una amalgama de letras que no se entendían bien y que me permití reinterpretar: “Verano nuclear” fue “Me mola lo nuclear” y me moló el baile. También escuché un “una pizza para el estreñimiento” que no dijeron ni de coña.

Tenía ganas de Campamento Rumano, bilbaínos con un nombre fabuloso. Ellos adoptaron el punto de vista más cafre, con formación habitual y cabezas tapadas con bolsas que espero fueran del Burger King. Sonido entre punk y rock mugriento, más que en el vídeo que aquí cuelgo, en sus mejores momentos cercano a los Discípulos con poca gana de parecerse a ellos, también breve cual independencia catalana.

No me llegaron por ser los menos peculiares para mis orejas. Pero se llevan el galardón de “mejor salida del escenario 2023”. En uno de sus temas, cuando llevaban unos 25 segundos, se escuchó de fondo un “adiós” o “agur” y se fueron sin mayores despedidas.

El nombre gordo de la noche fue el de Sistema de Entretenimiento. Punk con aires de Movida. Con la frescura pre-progre y pre-rancia, con esa insensatez tan divertida como envidiable. Me los imagino perfectamente hace 30 años en un garito de Madrid. “Se me ha roto una cuerda, pero la voy a dejar así, paso de cambiarla que no se nota”, dijo a mitad de concierto. Y así fue.

Llevaron buena parroquia, que se abrió la frente por ellos – literal-. Subieron colegas, se lo pasaron pirata, repitieron un tema porque se lo pidieron. Pusieron en modo derviche punki a danzar a las primeras filas, escupieron con gran acierto cuando alguien les echó una botella de agua al escenario. Y desplegaron muchos de los perdigonazos de su último disco. Por cierto, ponerle un micro al bajista, que el pobre quería cantar hasta la pedrea.

Un par de birras, charlar sobre el coro de laringetomizados de León, hablar de taxis, saludar a gente que hacía 20 años que no veía, despicharme con otros que veo más a menudo y a casa. Viva el mal! Viva el Capital!