Primero el tráiler de la noche
Triángulo: Por méritos propios o ajenos, el grupo gallego vuelve a tener solo tres lados. La marcha de Zippo tras 13 años tecleando y rasgando. Ahora a cada lado una persona, y en los vértices la mandanga. Y hay mucha. Muchísima. Y riquísima. Para chuparse los dedos.
No hay otro grupo como Triángulo. Eso, en los días homogéneos de carteles repetidos y sonidos dignos de una IA indie, es una bendición para nuestros oídos. Los mismos que pitan un poquito al acabar la noche.
Amor: El que desprende Isabel Cea cantando y tocando. Ella es la parte más pop del grupo. Un mundo amplio y diverso. El que te mueve los talones con el indie de guitarras. El que te eleva con la reverb de los Pale Saints y te ofrece chucherías como la de ver cómo sonaría un 33 de Los Planetas puesto a 45 y cantado con emoción. Rindiendo pleitesía al grupo al que le birlaron el nombre (y su anterior encarnación). Bajo esa voz se dan esos bucles que no quieres que acaben nunca
En el otro lado de la orilla está la rabia de Rodrigo Caamaño. Visceral, azuzador. Siempre en lo alto de la barricada con el megáfono. Críptico pero directo. El tercer lado del triángulo lo pega todo y le pega a todo. Sin parar de zurrarle, es curioso como empasta a la perfección con cabreos y ensoñaciones. Más que curioso, trabajado y estudiado, que nadie cae de pie sin haber ensayado la voltereta.
Bizarro: Aquí hay mucha mandanga que comentar, pero solo daremos pinceladas o tendríamos que sacar un libro. No es que Triangulo sean tuertos en el país de los ciegos (que te agarras en un festival). Es que son únicos. Y eso, hoy en día, cotiza más que el oro en un mundo de alhajas.
No hay manera de salir vivo de un setlist de 24 temas que va desde el cabreo artie -ojo a las nuevas canciones, paridas en un Centro de Arte Moderno, cercanas a Kate Tempest y al punk minimal- hasta la nube pop.
No queda en manos de los mortales unir todo eso con tanto arte y elegancia. Que sea tan sutil que te enganche como el azúcar de la bollería. Tocan todas las etiquetas, hasta las que no te gustan, y te atrapa en su inmensidad. El aceite y el agua agitados se convierten en repostería. Esa es la magia.
Este nuevo Mester de Bizarría llega a su enfoque global. Son una de las pocas bandas que vive de tocar en salas de España. Una de las pocas bandas que, con esas visitas, mantienen viva la menguante cantidad de salas de España. Despuntando en festivales, a los que asisten a menudo como ejecutantes.
La suya es una hechicería lograda desde la lejanía de los focos de urgencia musical. Tengo cero dudas que el mismo proyecto en Madrid no alcanzaría estos maravillosos y enriquecedores resultados. De esta burra no me bajo. Disfrutemos del regalo mientras podamos.