La videoinstalación gira en torno a las rutas marítimas mundiales, la jerga jurídica y el incansable flujo de mercancías y personas que caracterizan al capitalismo actual…nos hace testigos de los entresijos logísticos de la ciudad como una interfaz sin fricción aparente entre el espacio abierto del mar y las infraestructuras, los comportamientos y los lenguajes de creación humana… En su proceso, palabra, cuerpo y movimiento circulan en múltiples direcciones, trazando una enmarañada red lingüística de microrrelatos que pasan por la escucha crítica del entorno inmediato y su registro escrito…. la autora se ha centrado en el sistema de envío y su vinculación con el lenguaje jurisdiccional, un ámbito donde ambos operan en un gerundio constante y violento: un verbo que deshumaniza y objetiva al sujeto.
Esta es una de las explicaciones que un “curador” ha hecho de una muestra en un centro de cultura de Donostia. Sin acritud, es una al azar, un ejemplo del estilo elevado, emperifollado y distanciador que suelen abundar en estas muestras que en vez de acercar el arte más complicado lo alejan hasta la estratosfera.
La música tiene otras ventajas. Una de ella es que siempre se explica sola, por más que delante o detrás le pongas palabras que intenten cercarla. Y que hay gente como Silvia Pérez Cruz que en vez de “curadora” es sanadora a distintos niveles.
Ella se cura en salud. Llama al show “género imposible”, porque lo es. Un aviso para que no busques agarraderas ni pistas sobre los estilos. Es una bengala para acudir a ciegas a verlo como quien va a un peep-show de las músicas del mundo y se abre la ventana y ves… y ves…
Y ves a una defensora de la creatividad infantil y la mezcla sin prejuicios – antes de que tuviera la etiqueta cara de Montessori-. Ves una inspiración a dejarte llevar y hacer lo que quieras aun sabiendo que no vas a llegar a la Champions. Ella está y no parece importarle/afectarle.
Ves a una persona tan creativa que sigue buscando cosas, artes, estilos, estímulos que añadir a su forma de expresarse. Moviéndose por el minipiso musiquero – o “casa coqueta ideal parejas alquiler 1500 euros” de los portales de internet-, usando todos sus lados, abriéndolos al mundo, rompiendo la cuarta pared
Ves a una cantante soberbia sin tener que chillar, susurrando su arte y haciendo que baile y mande sobre las notas musicales. Ves una mezcla de cantares tan sencillos y naturales que te hacen olvidar su dificultad, la cual sabes impresionante. Ves Portugal, Grecia, el folk latino de los 70. Ves la Ópera, los cantos infantiles del coro eclesial. Ves todo y no ves nada, porque todo se ha asimilado de una manera tan especial que vas pegando brincos entre los estilos y tus felicidades.
Bajo las sílabas y los poemas llegan unas músicas calmadas, viajeras e inquietas. Que no arriban a ningún puerto, pero toman víveres de todos. Eso es latino de vinilo viejo. Aquello es PJ Harvey zurrando su eléctrica. Anda, María del Mar Bonet. Que calma más oriental, me recuerda a Tenniscoats. Mira, ahora en inglés. Y esa expresividad corporal tan sutil y adecuada. Y aún no he salido de la canción inicial. Con naturalidad, sencillez y elegancia, “sin fricción aparente entre el espacio abierto del mar y las infraestructuras, los comportamientos y los lenguajes de creación humana”
Acierta la autora al decir que este concierto “es solo una canción con distintas partes”. Ella ve el hilo invisible, tú solo disfrutas de la puntada. Te enseña la forma de comerse el postre, de tomarse la medicina que nos hará salir un milímetro sobre el suelo. Risueños como ella. Enamorados de volver a saltar al vacío. Con el honor – y la felicidad- de asistir a una de sus actuaciones.
1 comentario en «Silvia Pérez Cruz: El hilo y la puntada»
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