Guitarra flamenca morena….

¡Qué artistazo, madre mía! Jonathan Richman y su pétreo batería (en palabra de Yon Vidaur, “su abogado”) pusieron boca abajo el Teatro Lizardi de Zarauz con uno de los stageplans más sencillos jamás vistos. Virtudes de transmitir en escenario más que un jodido satélite de telecomunicaciones.

Richman iba alternando su guitarra española, un cascabel, un cowbell (¡more cowbell!) y sus bailes. Tommy, que así se llamaba el baterista, tocaba sobre dos bongos dignos de Tito Puente a modo de caja y base, con plato y chaston de aguda compañía.

Aunque para agudo, el antiguo cantante de Modern Lovers. Desde el minuto uno transmitiendo buen rollo, alegrando la sala, con temas geniales (el dedicado a Keith Richards, o a los desamores que nunca se pintaron tan jocosos) y otro no menos cachondos cantados en un buen castellano: El de la guitarra flamenca morena/rubia que da pie al título, por ejemplo.

Era imposible ocultar la sonrisa a cada baile, a cada estrofa, a cada parón para arrearle a los cascabeles,… Todo era pura honestidad, candidez, simpatía, ingenuidad. Alegría. Imposible no salir de aquel concierto pensando que no hay nada mejor en el mundo. Una maravilla, señor Richman. Hasta pronto.