All That Jazzaldia

Comienza el jazzaldia, una fiesta en la que ningún artista pinta nada y todos juntos hacen que suela ser una semana – o casi- memorable en lo musical y lo social.

Comienzan los paseos por los zumos de Pago – y de pago-, las ostras de Arcachón (digo las que llevan perla dentro. Digo las que cuesta abrir pero luego están muy ricas. Digo las de…esas, hombre), los escenarios con nombre picante (Verde) y actuantes que apoyan el festivalero concepto de “escuchar música y tomar algo”, y no al revés, como puede pasar en otro sitios.

El jazzaldi. El sitio en el que doña Nogeras les puede silbar al segundo botellín el programa del 2014. Por mail, claro. El único espacio del mundo en el que compartimos suelo compositivo con Brian Wilson. El lugar en el que hasta los jazzeros Ramazzotti suenan de maravilla. Con una profusión de escenarios gratuitos que hace real la manida y apenas acariciada acepción vasca de “diversidad cultural”.

Siempre hay algo que sorprende, y hasta gusta. Aquel hawaiano con ukelele, los japoneses locos que repiten este año, el teatrillo de Tom Waits, Aloe Vera Blacc, las chicas vivianas o el lunero de la galaxia. El Dios Hannon que es capaz de bordarlo hasta con una botella de anís (como ingrediente, e instrumento). Pasajes ambientales cercanos a las BSO en carpitas soleadas y esquinadas. Jazz entre amigos sobre y bajo el escenario. Unos Pains de kalimotxo pop. La Joana que se nos visitó de poli. Gansters que abandonan por un momento los tagliatelle para cantarse unas tonadas de Sinatra. O aquellos reyes de la conveniencia poniendo música al mejor ocaso soñado.

Sin apenas colas a la hora de pedir refrescos. Eso sí, tengan paciencia y educación en los tránsitos. Y a disfrutar, coño