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Etiqueta: Loquillo

Loquillo: Comunión total

Intérpretes: Loquillo (voz), Mario Cobo (guitarra), Josu García (guitarra), Igor Paskual (guitarra),
Alfonso Alcalá (bajo), Santi Comet (teclados), Lucas Albaladejo (teclado), Laurent Castagnet
(batería). Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 5 de mayo 2017. Lleno, unas 1800 personas

¿Puede que el estar o ponerse de pie en un auditorio sea una medida como otra cualquiera de medir
la calidad de un concierto? Si aceptamos esta unidad de medida, lo de Loquillo sería algo similar a
entrar en el Olimpo. El Kursaal recibió en pie al héroe de la noche, y así estuvo buena parte del
tramo final del concierto de 110 minutos que este “donostiarra” -vive a 3 calles del auditorio-
ofreció en la ciudad a la que, según propias palabras, ha entregado su corazón.

En lo estrictamente musical allí hubo guitarras como para tocar ante el Papa. Todas fieras, todas a
juego con el sencillo e impactante set que la banda de José María Sanz Beltrán (nombre real del
Loco) se ha montado para esta gira que arranca con la fronteriza “Salud y rock and roll”, buen
resumen de lo que pudimos ver el pasado viernes.

Hay dos grandes bloques en su set. En el primero hay mucho tema “post-troglodita”, con esa pericia
digna de Raphael o Morrissey a la hora de mezclar declamaciones con sonidos en los que
predominan los medios tiempos. Y por otra parte está su vena más rockera, la que le hizo más
famoso, la que predomina en la segunda mitad del evento y la que se contagia a temas más actuales
como la acertada “El mundo que conocimos” o “A tono bravo”.

Además de todos los éxitos que usted y yo conocemos y que sonaron bien atemperados, hubo
rockabilly con “Voy de negro”, versiones (“No volveré a vivir”, de Johnny Hallyday). Sonó el “No
volveré a ser jóven” de Jaime Gil de Biedma, y brincamos con el beat y el soul de “Rusty”.
Loquillo se cascó un aclamado “Paselfie” (paseo entre el público para que se haga fotos con el autor
principal, quién posó gustoso para todos) y acabó despidiéndose de manera perfecta, sin bises,
mientras el “Heroes” de Bowie cerraba una gran velada. Quien el pasado viernes fuera con ganas de
derribar un templo se las vio y se las deseó ante la demostración de firmeza y chulería de este
catalán y su banda.

Festival Olearso: El ritmo de la playa

foto: Aitor Higuera (flickr)Tras un coqueto pero exitoso debut en el año 2008, el festival Olearso -según sus organizadores, la denominación original de la bahía bidasotarra- volvía a celebrarse en la costera villa de Hondarribia. Y retornaba con una programación eminentemente rockera, buen espejo de lo que siempre ha gustado a los musiqueros jóvenes de aquella zona.

Ya desde su arranque, bandas realmente impactantes como Estricalla (la formación hardcore de Fernando Sapo, el conocido cantante de Kuraia), los donostiarras Surfin Kaos y su rock and roll añejo o los enérgicos beratarras Sexty Sexers demostraron la buena cantera de nuestra región.

Pero la carpa y sus asistentes contaban los minutos para ver al gigantón de Badalona. Loquillo era el plato fuerte de la noche, si nos atenemos al nombre y al número de espectadores presentes. De un negro riguroso que en el bis se convirtió en lentejuelas, la noche arrancó con los temas trogloditas ‘Rock and roll actitud’ y ‘El Hijo de nadie’. Toda una declaración de intenciones que se extendería a lo largo de los 90 minutos de actuación.

Aunque le guste mezclar la electrónica en temas que beben directamente del ‘Héroes’ de David Bowie (‘Arte y ensayo’), su propuesta suele tender a la declamación guitarrera, a los largos mensajes de rebeldía y personalidad que a veces buscan ser coreables (‘Memoria de jóvenes airados’) y otras directamente hard-rockeros (‘Rock Suave’) o de herencia Who (‘Carne para Linda’).

El casi donostiarra (vive buena parte del año en la capital guipuzcoana) tuvo el detalle de dedicar su famoso ‘Voy de negro’ al bar Mendi Café Rock de Lasarte, en cuyo letrero externo reza la leyenda ‘Sede Oficial de Loquillo y los Trogloditas’. Y hubo ración justa y comedida de clásicos. Salvo la flojilla ‘El Rompeolas’, todos fueron tan precisos como coreados: ‘El Cadillac’ que cerró la actuación, ‘El Ritmo del garaje’…

Las cuerdas eléctricas y vocales le ganan la partida al resto de instrumentistas, tanto en fondo como en forma. Al teclista se le notó más en la pantalla adyacente al escenario que por los altavoces. Algo normal si a tu lado tienes a dos rasgadores tremebundos como el donostiarra Jaime Stinus y su socio Igor Pascual. Y un faro oscuro y elevado en la mitad de todos ellos.

El estiloso y clásico rock nacional dejó paso al totem actual de la música vasca, los navarros Berri Txarrak, quienes rejuvenecieron la media de edad de los oyentes y demostraron por qué son, sin lugar a dudas, la banda contundente con más proyección fuera de nuestro territorio.

No hay estilo o subapartado colérico y acelerado que no se pueda emplear para definirles. Pero, a diferencia del resto de formaciones de piñón fijo, que no sueltan la etiqueta ni tras el centrifugado, el trío llena el escenario demostrando una amplitud de miras y un gusto musical absolutamente alucinante, construyendo estructuras tan libertinas como atractivas. Todo ello acompañado de una gran voz, la de Gorka Urbizu, que consigue alzarse siempre sobre las tormentas sonoras.