Ni el propio artista hubiera soñado un día mejor si le hubiera dado por entregar los huevos de turno a las monjas clarisas. Donostiarra de pro, victoria de su equipo de futbol, actuación -y lleno- en el santuario más lustroso de la ciudad y un frío que pela bigotes en el exterior.
Un tiempo que invita a mirar por la ventana de manera lánguida y soñar sobre amores y destrozos emocionales. El mundo en el que Ubago se desenvuelve discográficamente desde hace ocho años.
Musicalmente lo suyo está más asentado que las creencias de los extremistas. Y con dicho término no nos referimos a las féminas de todas las edades, mayoría de las asistentes el pasado sábado, que caen rendidas al ensoñamiento constante e impoluto.
Señoras, chicas y niñas (en las primeras filas, todas bien provistas de camaras de fotos para agitación y paseo constante del personal del teatro) que gustan de recibir cariños auditivos románticos del autor con pinta de yerno ideal, el Michael J. Fox del pop español, el joven que no quiere crecer para no perder la ingenuidad y la pureza.
Todas ellas tararean por lo bajini las epopeyas sobre los momentos más extremos de las relaciones personales: El final trágico o el comienzo tontuelo. Y aunque Woody Allen decía que «es imposible mantener la intensidad de los primeros seis meses de relación. ¿Qué quieres, que me dé un infarto?», Ubago intenta crear canciones con dicha fuerza en todo momento. Lo que a unos hace desfallecer y pensar en la travesía sin agua por el desierto bajo un sol que siempre golpea igual, a otros mantiene en lo más alto de la ola de la nostalgia exacerbada.