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Alex Ubago, el eterno adolescente

Ni el propio artista hubiera soñado un día mejor si le hubiera dado por entregar los huevos de turno a las monjas clarisas. Donostiarra de pro, victoria de su equipo de futbol, actuación -y lleno- en el santuario más lustroso de la ciudad y un frío que pela bigotes en el exterior.

Un tiempo que invita a mirar por la ventana de manera lánguida y soñar sobre amores y destrozos emocionales. El mundo en el que Ubago se desenvuelve discográficamente desde hace ocho años.

Musicalmente lo suyo está más asentado que las creencias de los extremistas. Y con dicho término no nos referimos a las féminas de todas las edades, mayoría de las asistentes el pasado sábado, que caen rendidas al ensoñamiento constante e impoluto.

Señoras, chicas y niñas (en las primeras filas, todas bien provistas de camaras de fotos para agitación y paseo constante del personal del teatro) que gustan de recibir cariños auditivos románticos del autor con pinta de yerno ideal, el Michael J. Fox del pop español, el joven que no quiere crecer para no perder la ingenuidad y la pureza.

Todas ellas tararean por lo bajini las epopeyas sobre los momentos más extremos de las relaciones personales: El final trágico o el comienzo tontuelo. Y aunque Woody Allen decía que «es imposible mantener la intensidad de los primeros seis meses de relación. ¿Qué quieres, que me dé un infarto?», Ubago intenta crear canciones con dicha fuerza en todo momento. Lo que a unos hace desfallecer y pensar en la travesía sin agua por el desierto bajo un sol que siempre golpea igual, a otros mantiene en lo más alto de la ola de la nostalgia exacerbada.

Sin acritud, su propuesta baladística de cantante romántico se nutre de una fórmula que se apoya en su característica voz (correcta y un poco apretada en algunos momentos graves), músicos de experiencia contrastada y una cuidada escenografía a juego con su último disco: bancos callejeros, lamparas de hogar, candiles y placas callejeras.

La lista de melodías se divide, con pocos cambios en el metrónomo, en dos grandes bloques: tiempos calmos a lo Sergio Dalma o momentos un poco más agitados. Su ‘marca de la casa’ es férrea, cambiando tan solo en los rasgados de alguna vieja tonada (‘Mil horas’) y los guiños sudamericanos, más colombianos que jamaicanos, del tema ‘Calle ilusión’.

Charlando de manera distendida cada tres o cuatro temas, con un público que le piropeaba sin parar, el viaje de llamadas de teléfono y paseos, dimes y diretes, ausencias y presencias, realidades y fantasias alcanzó las dos horas de duración incluyendo los bises y saludos a la familia, amigos, fans y realistas de pro, con dedicatoria a un Darko Kovacevic presente en las butacas.

Publicado enCríticas de conciertos

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