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Eduardo Chillida también era un hombre de jazz

El pianista Vadim Neselovskyi inauguró el Jazzaldia 2022 con un sugerente concierto solidario

“Kiev denuncia la muerte de cuatro personas en un ataque en Mikolaiv”, “Al menos 353 niños han muerto en Ucrania desde que comenzó la invasión”, “Ucrania y Rusia intercambian los cuerpos de 45 soldados caídos”. Estos son solo algunos de los titulares que la prensa nos dio ayer sobre el conflicto que lleva 147 días azotando Europa Oriental.

El festival de jazz donostiarra quiso abrir su edición de este año con un recuerdo. Un pasaje emotivo, musical y solidario respecto a aquella guerra. El pianista ucraniano Vadim Neselovskyi presentó ayer su álbum ‘Odesa’ en el Museo Chillida Leku. Disco con el que el autor homenajea a su país de nacimiento.

Un programa que el compositor tuvo a bien presentar con todo lujo de detalles antes del comienzo de su actuación. Los cuatrocientos asistentes escuchamos los momentos y lugares que inspiraron esta obra: la estación de tren de su villa (y el traqueteo de los trenes antiguos) y las otras estaciones, las del año. Recuperando las famosas escaleras del film “El Acorazado Potemkin”, la danza judía y el poso del cruento año 1941 en la ciudad. En aquel octubre miles de judíos murieron asesinados por las tropas rumanas y alemanas.

Al concertista se le vio encandilado con el museo y la región. “Es mi primera visita al País Vasco y es un placer estar aquí, influido por las esculturas”. Pareció un subidón sincero dado que nos contó que veía a Eduardo Chillida como “una persona de espíritu jazz, que vivía el presente” y, más allá de la lista oficial, nos regaló un bis compuesto por varios momentos de Johann Sebastian Bach, “un maestro que, según me han contado, solía sonar en el estudio de Chillida mientras éste trabajaba”.

Del presente tocó viajar al ya mencionado pasado, el del disco que se nutre de la juventud y la memoria de Neselovskyi. El repaso tuvo momentos acongojantes como ‘Odesa 1941’, un minutaje que transmitió dolor y violencia en sus golpeos mientras el ambiente sonoro se tornaba trágico y todo acababa con el impactante eco natural de las últimas notas.

Hubo abundancia de contrastes entre lo clásico y lo contemporáneo, con manos juguetonas que iban dialogando entre sí hasta explotar melódicamente (‘Potemkin Stairs’). Espacios llenos de romanticismo (‘Winter in Odesa’) que partían de la música de las cajas de muñecas para acabar en una elevada sensibilidad. Tradicionales tonos judíos (‘Jewish dance’) de preciosas libertades. Momentos muy rockeros, arrebatos alocados, belleza impoluta y brillante (‘The Reinassance of Odesa’) y un aura jazz que cubrió buena parte de las pulsaciones. Todos juntos construyeron un hilo narrativo que fue un viaje seguro a una zona no segura: la de los recuerdos. Los asistentes guardaron un silencio sepulcral hasta la finalización de la velada, cuando despidieron al músico puestos en pie en una salva de aplausos.

Si corren aún pueden llegar al segundo pase de este momento festivalero, el que se celebra hoy a las once de la mañana en el Museo San Telmo. Y recuerden que los beneficios que se obtienen de estas citas van destinados a Chernobil Elkartea, la asociación que trabaja con niñas y niños de la zona perjudicada por el desastre nuclear y, ahora, los afectados por el conflicto bélico.

Publicado en El Diario Vasco
Publicado enCríticas de conciertos

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