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Los Secretos: Placer adulto

Famoso es el anuncio televisivo que usa las palabras de nuestro titular para evocar el efecto de sustituir sexo por chocolate. Una fórmula sucedánea que, basada en la encefalina, también parece servir para los decaimientos leves o depresiones leves. Mundos emocionales en los que Los Secretos se mueven como pez en el agua. Con tantos desamores en sus letras los imaginamos pidiendo las onzas por camiones.

Claro que uno también puede echar mano del cacao cuando los años se le agolpan en el carnet. Y entre sonrisas pegarle un tarisco a la tableta de turno recordando correrías pasadas. Y eso también nos sirve para describir a la banda de Álvaro Urquijo. No tanto por evocar a aquellos años de La Movida que les tocaron de refilón, sino por asentarse firmemente en el rock adulto. Eso que los estudiosos llamaron AOR (“Adult Oriented Rock”, rock orientado a los adultos) y que los madrileños llevan como bandera, tatuaje y estigma.

La foto de la explanada de Sagües confirmó nuestra teoría. Allí había más maduros que en cualquier otro concierto de la Semana Grande. Gentes que acudieron a la cita en forma de apnea conmemorativa, adentrándose en los recuerdos de cuando no tenían cargas familiares o laborales y corrían libres por tabernas y playas. Como bien supondrán, Los Secretos les dieron lo que buscaban. Calma chicha y buenas melodías.

El concierto comenzó con un minuto de silencio por el atentado de Barcelona y miles de móviles encendidos en modo linterna cual bengala o mechero emotivo. Lo que vino después (no) le sorprenderá. Un sonido pulcro y brillante, casi mejor que los de los CDs. Y un cantar a juego, solo empañado por la dejadez castiza de arrastrar demasiado las líricas (“Buena chica”, el “Ponte en la fila” original de Ron Sexmith). Hubo numerosas menciones a su desaparecido hermano Enrique Urquijo (el “Aunque tu no lo sepas” que le escribió Quique Gonzalez, otro buen alumno en esto de las adulteces), canciones repartidas con Joaquín Sabina (“Ojos de gata”, “Por el bulevar de los sueños rotos”) y homenajes a otros modelos de la vivacidad cantora del pelo de Manolo Tena (“Frío”).

Dentro de la madurez de su sonido a veces se acercaban al country (“No me imagino”, “La calle del olvido”, “Quiero beber hasta perder el control”) y otras tomaban estructura de composición mejicana (“Échame a mí la culpa”). Con su ración baladista (“Cambio de planes”, “Agárrate a mí, Maria”), sin un tempo más rápido que el otro salvo en contadas excepciones. Singularidades habituales de los primeros años de carrera, cuando el nervio pop -es un decir- aún corría por sus venas (“Déjame”, “Y no amanece”, “Sobre un vidrio mojado”, “Otra tarde” y esa “Pero a tu lado” que dedicaron a Donostia). O cuando el rock -es otro decir- se imponía en sus partituras (“Gracias por elegirme”, “Nada más”, la atractiva “Ojos de perdida”).

También hubo AOR, claro. A paladas. Por algo son el buque insigna en nuestro país. Una sofisticación escrupulosa que explotó en temas como “Colgado”, “Margarita” o “Te he echado de menos”. Y así, tras dos bises y más de veinte canciones la banda se despidió de una plaza a rebosar. A los chocolateros seguro que les encantó el tratamiento en el spa. Otros andarían mirando el medidor de diabetes. De ustedes depende colocarse en una u otra categoría.

Publicado enCríticas de conciertos

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