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Diego Vasallo: Elegancia fronteriza


Intérpretes: Diego Vasallo (guitarra, voz) Pablo Fernández (piano, guitarra y ukelele), Goyo Chiquito (contrabajo), Toño López (batería) y Fernando Macaya (guitarra). Lugar: Sala Club del Teatro Victoria Eugenia (Donostia). Día: 20 de noviembre. Asistencia: lleno, unas 150 personas

Acababa ayer la semana de presentaciones donostiarras de Diego Vasallo, quien pocas introducciones necesita a estas alturas del cuento. Si el jueves acercaba al respetable en la Librería Garoa “Baladas para un autorretrato”, un compendio de sus tres áreas de creación (poemas, pinturas y baladas) que acaban con cinco años de silencio editorial, el domingo hacía lo propio con la versión musical de su creatividad. Porque esas canciones, esas melodías de tonos caídos y expresividades apagadas viajan junto con el libro en un conjunto casi inseparable. Decimos “casi” porque en el stand de venta vimos copias del “disco” en cassette.

Con el habitual traje negro, Vasallo ofreció hora y media larga de canciones que, según sus propias palabras, evocan “un viaje por los alrededores de mis días, una mirada a mis patios traseros, hacia las regiones boscosas de las cavidades de la conciencia y la memoria, de los afectos y los olvidos”. Entre los asistentes se vio a buena parte de la cuadrilla Duncan Dhu y muchos creadores contemporáneos del protagonista del día. Corredores, como él, de las zonas más oscuras de la creatividad local.

El autor se presentó con una banda que tiraba hacia el rockabilly en las hechuras. Nada extraño, estando Fernando “Del Tonos” Macaya como lugarteniente guitarrero y coproductor de las últimas canciones. Pero más allá de esas patillas sonoras y los trasteos por el contrabajo, la banda supo acoplarse a la idiosincrasia del cantante escorándose hacia el fango apesadumbrado, el blues y hasta el pop cuando las partituras y el habitual tono vocal roto y apesadumbrado así lo solicitaron. En el lado luminoso destacaremos el ukelele, que le dio cierta alegría a las composiciones sombrías y acompañaba mejor que bien en los momentos más acústicos (la bella ”Prometedores naufragios”)

Así, tras un inicio grabado que bien podía ser obra de Edith Piaf, la banda comenzó con calma sobre “Se me olvida”, una balada rota y mínima que sirvió para ir ganando nervio en ese barro en el que el autor se desenvuelve de maravilla, a ratos pegado a la frontera (“la vida te lleva por caminos raros”, “La vida mata”, la contagiosa “Que todo se pare”) y otras más unido al blues (“Ver para no creer”) o lo latino.

No olvida Vasallo su querencia pop, ahora menos visible pero siempre latente. Quedan como ejemplos de esta categoría la más que atractiva “Mapas en el hielo” y “Donde cruza la frontera”. Mas quiso la mala fortuna que el “Leonard Cohen en un viejo hotel de Gran Vía 42” de la excelente “Canciones que no hablan de amor” sonara ahora más triste aún, con la muerte del canadiense aún demasiado cercana.

Despedidos entre aplausos tras 75 minutos, la banda volvió para ofrecer un bis en el que se incluyeron la evocadora “Perlas falsas” y un cierre con la siempre sorprendente versión castellanizada del “Please, please, please let me get what i want” de The Smiths.

Publicado enCríticas de conciertos

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