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Jazzaldia 2014: Vintage Trouble, Austra

Quizás fuera por el calor y el buen tiempo, que subió la temperatura y la vitalidad de nuestros nubarrones habituales. O por ser sábado noche, el momento más habitual para soltarse la melena y salir a divertirse. Quién sabe, igual los planetas se habían alineado de una forma particular y curiosa.

Podía ser por algunas de estas cuestiones, o por otras que se nos escapan. Pero lo vivido en el cierre del escenario principal gratuíto del Jazzaldia fue una cosa con tintes épicos, irrepetibles. Pura felicidad musical. Pocas veces se ha visto semejante comunión entre el público, que abarrotaba la playa, y una banda en apariencia desconocida. Un amor festivo que nació en el primer segundo de concierto, y aún perdura en al mente de los asistentes. Música en estado puro que llega, agita y divierte sin mayores literaturas.

Vintage Trouble, que así se llama la banda que cribó la arena donostiarra, no eran muy conocidos más allá de las revistas especializadas de corte rockero. Pero se antojaron ideales para este fin de fiesta. Vitalidad y fuerza. Energía y sonidos clásicos. Elegantes hasta en los vestires, todos conjuntados y de traje. Hasta el encargado de afinar las guitarras iba de postín.

Estos norteamericanos no inventan la rueda, pero la hacen girar de manera endiablada. De fondo le echan mucha garra blues-rock y tórridas gotas de soul clásico. Y al frente cuentan con una guindilla imparable, el cantor Ty Taylor. ¡Menudo bicho escénico! Una mezcla imposible entre Sammy Davis Jr y la gimnasia actuante de James Brown. Un hombre entregado a sus labores de principio a fin. Para la tercera canción su chaqueta había cambiado de color en la zona de la espalda, empapada de sudor. Y bajo ella llevaba un chaleco y una camisa. Sus paseos por la zona del público fueron algo esperable. Al muchacho le sobraba energía y ganas de contagiarla. Los rectores del evento donostiarra puede dormir satisfechos. La contratación de Vintage Trouble – traducible como “problema añejo”- ha sido uno de sus mayores aciertos en esta zona de actuaciones gratuítas, una guinda perfecta.

Y mira que la noche había empezado tibia, con la actuación del cuarteto canadiense Austra. Músicas electrónicas amables, algo oscuras y vaporosas, con una voz femenina protagonizando las composiciones. Unos tonos elevados, a veces casi gregorianos o dignos de la Bjork más popera, a los que les habrían venido bien mayores cabreos en lo sonoro. A veces nos recordaba a Russian red, y no solo por el gorro rojo. No fue un mal concierto, pero es verdad que en un espacio más coqueto habría funcionado mejor. ¿Se desquitarían después en la pinchada que ofrecieron en un establecimiento donostiarra?

Para actuar en los escenarios acogedores que acompañan al principal hay que demostrar muchos galones. Y quien siga con el tintineo de que “apenas hay jazz en este festival” ya puede ir dejándolo en el cajón. Las terrazas también estaban abarrotadas el sábado en horario de “prime time” para degustar algunas de las tres propuestas de este corte estilístico. En el escenario Frigo los chicos de So Brass le pegaban al jazz cantado. Un buen ejemplo de la eterna buena cosecha de Musikene. La formación supo entretener y amenizar a los presentes, con un micrófono parlanchín y comunicativo.

Un poco más arriba, en la carpa Heineken, la noche se tornó muy elegante y fina. Los pamplonicas SMUZtrío hicieron gala de su amor por el cool jazz y ofrecieron un concierto muy terso, en la onda enamoradiza del genial Chet Baker. En el Escenario Único, el más cercano a Sagüés, la banda Crossroads cerraba el trío de ofertas en otro espacio sin sillas libres. Sus estándares fueron muy aplaudidos por el respetable, siempre atento a los movimientos solistas de la populosa banda.

La programación de esta zona gratuita se cerraba ayer a la tarde, momento en el que familias y paseadores copan los asientos de las terrazas musiqueras en una tarde de gran éxito popular. La Big Band de la Escuela de Música y Danza de Donostia volvió a demostrar que nuestra capital mantiene un idilio muy especial con este tipo de músicas. ¿Habrá algún día un spin-off de la serie principal, una rama sacada del árbol del Jazzaldia, y montará la organización un ciclo dedicado en exclusiva a estas formaciones? No sería una idea descabellada. Estos sonidos tan completos y orquestales parecen gozar de gran calado entre los oyentes más entrados en años.

La tarde tuvo otras citas impactantes. La banda Doble Elefante demostró la rotundidad de sus directos con unos sonidos que viajaban desde el rock a la electrónica. Y también hubo jazz, claro. A veces de manera libertina, como en el caso de Garob. Su frescura venía de perlas en una tarde tórrida en lo ambiental. No había más que echar un ojo a los distintos puestos de comida y bebida, un hervidero de actividad.

Otras veces el estilo que da nombre al evento se juntaba con otros sabores, como sucedió con FMA Trío. Una formación que se reúne alrededor de los embriagadores sonidos del órgano Hammond y se deja llevar por el bugaloo o el funk. Suyas, y de las vanguardias del quinteto Bost, fueron las últimas notas del Festival. Llega la hora de balances oficiales y análisis sesudos. Pero nadie podrá negar que el idilio entre el evento y la ciudad sigue muy vivo.

Publicado enReportajes

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