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Ty Segall: El concierto del año

[El texto publicado fue algo más breve debido a cuestiones de espacio. Aquí va la crónica completa]

A veces ocurre. Uno se olvida de tomar notas para luego recrearlas aquí. Se queda ojiplático, sorprendido, ante la maravilla que aturde sus sentidos. Y se dejar llevar. No suele ocurrir muy a menudo, pero cuando pasa, es el gozo absoluto. La última vez – y la primera en mucho tiempo, el titular no es exagerado- ocurrió el pasado jueves, en el concierto que Ty Segall y sus secuaces ofrecieron en la donostiarra sala Gasteszena. Cita que estuvimos a punto de perdernos con motivo del fallecimiento ese mismo día del padre del cantante y guitarrista principal.

No exteriorizó sus sentimientos el autor. Así, asistimos a un evento a banda completa, un programa mayúsculo en nervio y originalidad. Término complicado cuando se notan, se mastican y se palpan las músicas que influyen en este norteamericano. Garaje, sicodelia, fiereza guitarrera evocando a The Stooges, sonidos dignos de Smashing Pumpkins y los Cramps, cabreo “grunge” a lo Mudhoney, progresiones que recuerdan a los Pixies, melodías tremendas y voces bien filtradas de efectos. Todo efectivo, y nada efectista (salvo el bis, una especie de cachondeo hacia ese heavy clásico que en el fondo tiene cierto peso en sus composiciones). Como sucede con la película “Holy Motors”, es algo que por mucho que intentemos explicar no llegaremos a abarcar en toda su deliciosa amplitud. Uno de esos momentos que más tarde se evocarán al escuchar el vinilo o el casete que compraste en el poblado puesto de merchandising.

Con la veintena de años aún fresca, Segall tiene más referencias que toda la discografía de Mocedades junta. Empieza a aparecer en las más primerizas listas de lo mejor del año en ciernes con su última muesca, “Twins”. Irrumpe con fuerza y justicia. Porque pocas veces gozamos de este rock tan asentado y a la vez original. Impactante, recio, directo y a la vez muy asequible para todo tipo de oídos. Si, parece algo contradictorio, pero no fui el único boquiabierto en la sala. No descarten –en ocasiones hay que dejarse llevar por la emoción- que acabe convirtiéndose en algo tan popular como White Stripes.

Y como Jack y Megan White, con la única compañía de una batería y una guitarra, se presentaron los corajudos teloneros. Mushroom Caffeine llegaban de Hondarribia para demostrar, una vez más, que en el Bidasoa se orquesta la mejor música de Euskadi. Formado por antiguos miembros de bandas de referencia (The Illusions), el dúo se basta y se sobra para ofrecer el enésimo soplo excitante de nuestra música. Si no ficharon aún por el sello Bidehuts debe de ser porque el bolígrafo se quedó sin tinta.

Publicado enCríticas de conciertos

2 comentarios

  1. […] ordea, zerbait benetan berezia eskaintzen dute. Ongi asko aipatu dituzte erreferentzietako anitz Juan Luis Etxeberria eta Oier Aranzabalek eta ez naiz horretan luzatuko. Soilik gehitu nahiko nuke hainbat momentutan, […]

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