Saltar al contenido

Mes: noviembre 2004

Iron and Wine / Neal Casal: Huellas sin fin.

Primera de las citas de esta semana que llega a su fin a cargo de la iniciativa foral Gaztemaniak!. La sala Gazteszena del donostiarra barrio de Egia abrirá sus puertas la tarde noche del jueves para presentar juntos pero no revueltos a dos de las propuestas más atractivas del penúltimo rock americano íntimo y ensoñador: Neal Casal y Iron & Wine.

En la cuenta del primero colocaremos 7 discos de estudio. El último de ellos, “Return In Kind”, es una revisita (en formato versión reconocida) a las canciones que desde pequeño le han puesto las pilas: The Faces, Gene Clark, Royal Trux o Johnny Thunders.

Más reciente aún es el recopilatorio “Leaving Traces”, recién editado extracto de 10 años de creaciones propias. Una perfecta manera para entrar en los melosos campos country poperos de este prolífico compositor.

Sam Beam, el compositor que se esconde tras la denominación musiquera de Iron And Wine, vive en Miami, Florida. Quién nos lo iba a decir. En la mismísima ciudad desde la que el imperio latino de los Estefan ha lanzado sus misiles llenapistas (la propia Gloria o nuestro David Bisbal, por ejemplo), Mr Beam ha facturado el excelso “Our Endless Mumbered Days”, segundo disco de su particular colección de emociones musicadas a golpe de melodías detallistas e instrumentación casi nula. Un trabajo diametralmente opuesto a los sonidos habituales de la península situada al sudeste de Norteamérica.

Porque “Our Endless…” y su plácida portada de trazos pastel ahonda en la brecha abierta por su predecesor y debut en estas grandes ligas “The Creek Drank the Cradle”: Dos guitarras sin electrificar e infinidad de juegos vocales ejecutados preferentemente por Sam Beam, autor que prefiere seguir los caminos de Simon y Garfunkel (la canción “Each Coming Night” es buena prueba de ello) antes que las diabluras vocales de los sempiternos playeros Beach Boys.

Por algo la frase de fábrica de nuestro costero creador es “mi casa es aquel sitio donde esté el cuatro pistas (aparato casero para grabar canciones)”. En la cercanía y susurrante placidez de la creatividad registrada en una habitación, Iron and Wine se ubicaría dentro de en ese triangulo imposible formado por las luminarias Neil Young, Will Oldham y Nick Drake. Con los aspectos campestres del primero, ese toque emocionalmente incontrolable del segundo y la varita mágica irrepetible que el tercero imprimía a todo lo que tocaba (“Naked As We Came” vale como explícito ejemplo).

Algo lejos queda ya “Dead Man’s Will”, la primera de sus canciones que vio la luz en la pequeña tirada del Fanzine Yeti. O las más de 40 composiciones que mandó a Sub Pop intentando convencerles de la calidad innata de su propuesta. De aquella recopilación de rasgados salió su primer CD. Pero no busquen las tomas sobrantes. No eran más que una superficial selección de los 15 creativos años que Sam Beam lleva acariciando las cuerdas. Las de la guitarra y las de su laringe.

Aveo: «Battery»

Día nublado en el club de golf. Amenaza suspensión de esta ronda inicial. Un día gris, de hojarasca húmeda. En estos días melancólicos, hay jugadores que despuntan sobre el resto, y otros no llegan a ver la calle, todo el rato entre el rough y los árboles. La sorpresa está saltando con un jugador de la previa, Aveo, que suma los hoyos por birdies.

Tiene swing y se encuentra muy cerca de la cabeza, Martin Rossiter (del equipo Gene, bajo las ordenes del Guru Morrissey), enlazando acierto tras acierto en los 9 de ida. De golpe simple, con un sonido suave y de guitarras distorsionadas pero esqueléticas, apoyados por el jaleo coral del grupo. No se olvida de hacer unas aproximaciones al green directas, concisas, rápidas y enganchonas.

Salta la sorpresa, empatando con los jugadores que han hecho de la herencia Smiths una influencia no solo innegable, sino imposible de despojar. Los reporteros comienzan a preguntar “¿Quién es?” ”¿De donde ha salido este?”…

Un arranque espectacular…que lógicamente va perdiendo fuerza. Su segunda vuelta es algo más dispersa, intentando cambiar su juego. Los periodistas se empiezan a centrar en los valores seguros, no perdonándole precisamente eso, el hecho de no contar aún con un estilo consistente y efectivo. Como si eso fuera sencillo.

Con esa primera serie de golpes para la esperanza, le llevamos sin problema el carrito entre el aguacero. Triunfar no siempre significa llenar, a veces con llegar (si, ahí, donde palpita) es suficiente si hay tiempo para la mejora.