Buff, Felix

Foto de Juan G Andrés (TW)

Karen Carpenter, Phil Collins, El Columpio Asesino, Foo Fighters, The Monkees, Eagles… la lista de cantantes que tocaban la batería (o viceversa) es tan larga como peliaguda en gustos.

Ahora hay que sumar uno más a la enumeración: Félix Buff. El Señor Ritmo de Willis Drummond (y tantas y tantas bandas de suprema calidad) decidió en pandemia probar a dar el paso adelante y ubicarse en medio del escenario.

Porqueeees un domingo excelenteeeeee

“Before it´s vanished” fue su sorprendente primer paso, ya con el nombre de Rüdiger. El domingo tocaba pasear por Donostia “The Dancing King” en un fabuloso Kutxa Fundazioa Kluba de Tabakalera. Excelente en asistencia -unas 140 personas- y en sonido. Gustó a presentes y músicos, algo poco habitual

Y allí se plantó el prota Félix y contento (no, en la cabeza no por favor), con su smoking de crooner renacido tras patear los casinos de las afueras, para informar que Burt Bacharach sigue siendo una preciosa diana (“Once I was away”) y recordar porqué Paul Motian suele ser uno de los elegidos a la hora de recopilar discos preferidos para las entrevistas.

Una sicodelia sofisticada

Fue un delicioso pintxo antes de lanzarnos a la sicodelía sofisticada. Un término que en manos de Rüdiger bebe de más fuentes que un muyayo de resaca y que se caracteriza por caminar erguido, elegante, estiloso, por la zona media del mundo y pisar baldosas que se iluminan aquí y allá.

  • A veces de forma sorprendente, como la dicción Underworld de “Memories”.
  • Y otras más esperada, como cuando pisan el Folk USA y UK. En ocasiones, ubicados en la santa mitad geográfica de los 5500 kilómetros que separan Londres de Nueva York (“Did you ask for this?” llegó con un fondo de barras y estrellas mientras Félix rasgaba sentado en Canterbury).

Claro que toda etiqueta es sugerencia, es pista pero no clave. Porque a veces la sala se inundaba de efectos galácticos (“You’re making everything”) o el combo montaba crescendos «F´élix watch the stars» a la manera de AIR (“The receiver»).

Joseba Irazoki, el one club man

La lista Rüdigeresca fue de menos a más, y los ecos acústicos se fueron diluyendo para abrazar el estirado cantar inglés (“Help yourself”), afirmar orgulloso que Kevin Morby es el mejor (“Downtown”), pirarte por punteos progresivos, romper un tema para añadir varios minutos siderales o guiñarle un ojo a los Primal Scream más stonianos mientras miras el paisaje.

Curiosamente, nos acordamos una vez y hasta dos de Elena Setién. Quizás por el componente orgánico de las creaciones, o el respeto y dulzura, o ese vapor espacial que lo hace todo tan terrenal.

Fueron 70 minutos de calidad y elegancia, de elevarse sin dispararse, de escapar de las etiquetas y estructuras habituales (y en eso Irazoki a la guitarra ayuda) para acercar un concepto de belleza refrescante e incuestionable. Y eso, un domingo, puntúa triple

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