Y de repente, la oscuridad

A veces los adjetivos se quedan cortos, o se acercan a la diana pero no pisan color: “curiosa”, “sorprendente”, “renovadora”, “sensorial”. Pasa con Samsara, la última obra de Lois Patiño.

Te han contado sus particularidades, alguno de los detalles que la hacen diferente. Pero hasta que no te subes a la montaña rusa no lo sientes. Y lo sientes, vaya si lo sientes.

Así, mientras que lees que la música en tal o cual película es una obra maestra, aquí es mucho más que eso sin tener que ser mejor que eso. Porque donde allí acompaña y completa aquí se hace guion, papel. Iba a decir “partitura”, pero las sensaciones, el arte, la creatividad o el impulso no se adaptan a la enseñanza repetitiva. Sentir es algo universal seas alto o bajo.

Vayamos desde el principio. Samsara es una obra bella, a veces inmersa en un filtro de Instagram o a veces rompiendo con el tópico verde-oscuro del Napalm en el bosque. Samsara es un viaje inexplicable para nosotros, que lo vemos como una novela por más que comprendamos los minutos. Samsara es una enseñanza sobre la calma. Es un documental sin ganas de serlo.

Samsara es, sobre todo, un respeto a los mayores y a sus viajes finales. Ahí desprende un amor excelso y fácilmente comprensible para los de la rama cristiana. Y, también hay que decirlo, no muy practicado por los occidentales. No hablamos tanto de dioses, hablamos de formas de enfocar el caminito que nos toca patear.

Samsara es más cosas. Es ver nuestras similitudes en las costumbres (el agua a la mañana). Es un tránsito sin idealización, por eso salen móviles en la pantalla. Con una opción sonora de “elige tu propia aventura” inaudita, al menos para mí. Xabier Erkizia, que fue cocinero sonoro antes que fraile fílmico, acompaña en ese viaje personal y estroboscópico. Como en el resto del film, sugiere puntos y da pistas – a mi me aterrorizó cerrar los ojos en la sala-, pero no eleva los bordes para que no te puedas salir del camino. Es un acompañamiento personal, y como tal donde uno ve árboles otro ve calles.

Y el salto. El gran salto. Y caes en otra parte, en otro film. Un contraste. Siempre inesperado porque no tiene en cuenta tu carrera vital. De repente otro mundo. Pero en ese mundo también destacan los cuidados, la sencillez – en ocasiones solapada a la pobreza-, la pena, el acompañamiento (o su falta) en el final. El alma libre. La de Patiño. La de Erkizia. La nuestra, tan apostólica que da pena perderse las emociones reconfortantes y cercanas que ofrecen otras.

La verás en Filmin. Peleando contra el ladrido del perro y el portazo del vecino. Y no estará mal. Pero si hay algo que debes ver en el cine es esta preciosa pieza que te absorbe, te emociona, te azota y te reconforta. Entra en la sala sin leer la sinopsis, y disfruta.