No hay «mall» que por bien no venga

El fin de semana, tras un paseo breve por la zona cero donostiarra, recordé la ilustradora anécdota de aquellos amigos que visitaban gure 2016 hiria hace unos meses.

Paseábamos en el tumulto entre palillos de comida y tambores de guerra alimentaria cuando, en un interés más antropológico que económico, una chica nos preguntó » Y los de aquí, ¿a qué bares vais de pintxos?'», buscando ese secret spot, ese lugar poco conocido pero mayúsculo.

(respuesta al final, pero lean tranquilos por partes)

Me gusta ir de pintxos más que comer con los dedos. Dios sabe que es cierto, y hasta Norman Blake lo supo cuando nos visitó. Pero no puedo.

No es cosa de salud, aunque cumplir mis deseos dejaría a Bacco al nivel de «monaguilla tras ingerir vasito de vino dulce». Tampoco es cosa de distancia, que puedo ir andando a las distintas capillas por mucho que llueva o granice. La razón es una y única: la pasta que cuestan.

Sé, entiendo, acepto a regañadientes, que la pasta que valen es la pasta que cuestan más el pago a la seguridad social de sus currelas (cough), el desproporcionado alquiler, la luz, el gas y ese pequeño porcentaje que les cubrirá las espaldas cuando lleguen las vacas flacas, ese espacio temporal que para la hostelería «pintxera» local son los 365 días del año si nos atenemos a sus opiniones en los medios de comunicación.

Lo que más me duele de esa impepinable sensación de ser timado cada vez que piso un bar es el lugar en el que quedamos los locales. Porque ahora los turistas son propios y nosotros gente de paso por estas zonas de servilletas y bebidas rotas al caer al vaso.

Somos ese equipo de Segunda B en una ciudad «de primera». De los pocos a quienes nos sale más barato ir de vacaciones que hacer eso mismo en nuestras calles. ¡Y eso que ya tenemos techo! ¿Cuantos de vosotros no habeís dicho «bueno, comparado con  donostia no es tan caro» cuando habeís pisado Japón, Londres, San Francisco o Paris?

Solo ellos, los ricos inmigrantes temporales, pueden pagar esos precios, irrisorios para sus bolsillos bien cosidos. La tan ansiada paz en las calles ha traído esto de regalo. Y aunque nosotros también querramos disfrutar de las virtudes de nuestra ciudad con el sol en lo alto, no podemos mas que realizar el papel de atrezzo. El contrapunto que le da autenticidad a la escena. Como en los alquileres de viviendas. Como en…

Todo ello con el beneplácito, y hasta apoyo, de la gente que gobierna. Nos dirán esa otra gran verdad de “Es la economía, estúpido”. Y nos hablarán de la cantidad de trabajo que da (otra cosa es el tipo de trabajo), lo de poner a la ciudad en el mapa, que eso también es cultura (de élite, añado), que todos nosotros somos separatistas rojos venezolanos porque vamos en contra del Progreso (que debe ser el nombre de una nueva bebida de moda)…

Pero yo salgo de casa cada mañana y no reconozco mi ciudad. Absolutamente polarizada y con mayor peso foráneo que nunca. Una urbe dulcemente ofrecida al poderoso y extranjero (no creo casual que la nueva estación de topo que quieren hacer acabe en el Zara San Martín por ciencia infusa) y vendida al local como adelanto, un paso adelante que hay que dar, un orgullo en ese Estado que solo sabe vivir de los Servicios, una diana de esas mentes pensantes.

¿Acaso todo el centro de Donostia no se ha convertido en un gigantesco «mall»?¿Acaso el concepto no se amplían por barrios adyacentes?¿Acaso quedarse fuera de la idea no nos condena a ser vistos como extraradio en la propia urbe?

De todas formas, puede ser que estén en lo cierto. Pero no conozco una ciudad feliz que lo sea por los likes ajenos en internet ni que se sienta orgullosa por apartar a los suyos – o no integrarlos de manera preferencial- de una de sus banderas económicas.

Somos la antítesis de Magaluf, cierto, pero solo porque somos antagónicos en los precios. En el resto de cuestiones no creo que seamos tan distintos.

 » Y los de aquí, ¿a qué bares vais de pintxos?'», buscando ese secret spot, ese lugar poco conocido pero mayúsculo.

La respuesta fue inmediata y franca. «Nosotros no vamos de pintxos en nuestra ciudad. No nos da el presupuesto. Solo lo hacemos cuando venis amigos a visitarnos»