El año de la madera

Lejos de ser una muesca en el horóscopo chino, este año es el de la madera. Nada de contrachapados IKEA, nada de simulaciones. Ni diminutivos que suenan a flamenco. Madera pura y dura. La de los bosques USA. Secuoyas de tomo y lomo. Árboles gigantes que todo el mundo ha visto ya pero que siempre saben mostrar un punto de vista atractivo.

Porque Woods no han descubierto ni la lluvia con su último disco, pero cómo se goza cuando la sicodelia – espero que Oxford la haga palabra del año. La he escuchado más que “¿tienes un cigarro?” en los bares- y el folk hacen manitas ante un coro de voces reverberadas. El conjunto puede cojear cuando se presenta en un escenario de fiestas de barrio situado a pie de playa, cierto. Pero eh, el disco es una jodida maravilla de luz y amor.

Por eso uno se acerca con tiento al nuevo disco de Kevin Morby. El antiguo bajista de Woods pasó hace unos días por Dabadaba (what else), visita que logró sus mayores aplausos cuando lo que ejecutaba eran melodías del anterior disco. Las nuevas, por aquel entonces aún sin publicar, trastabillaban a ratos en otro concierto que, ahora podemos afirmarlo, iba a quedar en nimiedad respecto al disco. Qué maravilla es “still life”, compañeros.

Hay mucho de woods y hasta algo de los Monsters of folk (“magic marker” y la preciosa “All in my life” son aguas del mismo pozo, tan sencillo como emocionante). Hay toneladas de Dylan que, a diferencia de las pelis de la guerra civil española, se puede seguir disfutando como si fuera una novedad recién descubierta. Hay soul que con batería y guitarra sonó incompleto y ahora reluce como el sol de San Francisco. Hay diez canciones a las que volveremos cual ludópata al Cirsa. Toquemos madera para que el árbol genealógico nos siga ofreciendo frutos tan apetitosos.