Daga Voladora: diana en el corazón

La vida son collares con abalorios de distintas formas y colores. Piedras pequeñas y grandes brillos, tonos vivos y ocres. Minerales locales y joyas lejanas. Todas se suceden y se emparejan de forma saltarina, única y dispar. Y la razón de uno es la consecuencia del anterior. Empieces por donde empieces.

Por eso a veces te pones a escribir. Seguro que mirando la marca, por más que Balenciaga se empeñe en lo contrario. Un nombre honesto siempre es una buena entrada. Se ha colado en la habitación sin que nadie lo sepa, pero no es fácil dejarle salir.

Cristina Plaza es una de esas personas. La ahora Daga Voladora lleva tiempo haciendo canciones de éxito mundial solo para ti. Que no sean hits globales es solo una injusticia, una consecuencia de la velocidad de los tiempos actuales y la desgana de no querer pararse y mirar dentro con una sonrisa. Por eso atacas “Los manantiales” con cierta felicidad. Pero sin regalar nada.

Y caes. Joder, claro que caes. En “Cristinópolis”. Tienes corazón y resacas. Tienes cariño por el pop y no vas en pañales por la vida ni a los conciertos. Es una canción de amor como solo Espanto podría hacer. Como solo Vainica haría hoy. Con cierto aire Esclarecidos que todo lo encera. Como te gustaría hacer a ti pero no sabes, carajo.

Y te entregas a la road movie de “Ceniza plateada” y esos platos locos que te flipan. “Quise ser” es la mejor autobiografía que no has vivido, sieso. Con una cadencia sensual, esa melodía del tiempo que perdiste por pensar en el tiempo. Y hablando de, “Lejos de la multitud” es una canción de amor a Broadcast (prometo haber visto la Jenny solo al darle al enter por vez primera) disimulada en un traje de Family. Una gema brillante de belleza creciente que te acongoja la gargantilla.

“Me pasará contigo” es Daniel Johnston haciendo un tema de fiesta de fin de curso de High School. Así de bonito. Con esos vientos que nadie quiere beber por ti. Y para maravilla “Fosforito”. La mayor sorpresa. Y mira que odio el dub. A muerte. Pues aquí lo encero, cayendo en su diversión sin remedio. Claro que para joya, “Diamante”, y surge una chispa rara de recuerdo.

Porque, con distinta forma, añada y coloración, uno recuerda el debut de AMA. Y se flipa, porque solo sabemos fliparnos sino de qué estar aquí escribiendo esto. Porque, alhaja o rubí, ambos discos han llegado al mismo sitio, al mismo punto, al mismo recuerdo pretérito y actual. El de las mostacillas de perfilado sencillo – en apariencia- que te atraviesan el corazón en fondo, forma, letra y sonido.


Que mejor que ir cerrando la fiesta de chaquiras con pequeñas piezas de pop eterno como “Me vi penando”, como They Might Be Giants en el local de Aventuras con un Casio, con las mismas ganas de que llegue el estribillo para cantarlo fuerte sin abrir la boca. Y la despedida, por ahora, hasta el concierto, que lo habrá. Hasta la siguiente vez que le des al play en el tocadiscos – por favor, comprad la edición física, este lanzamiento no merece vivir “Cantando bajo la lluvia de agujas de pino” y desaparecer en Spotify-. Es un disco como una “Catedral”, lleno de amor. El real. El que se ríe de uno mismo, el que tanto desea y tan bien expresa. El que vive risueño en las tormentas. El que definen con acierto como «arte» cuando solo es expresividad personal. El que combina lujos y desventuras. Imperfecto pero bellísimo. Un collar como la vida misma

Ahora, niégamelo.