Laura Gibson, la grande

Algo menos de 100 personas se reunieron el viernes noche en el Altxerri donostiarra para ver los primeros cantos de Laura Gibson en la ciudad. La norteamericana venía a presentar su tercer disco, “La Grande”. Un lanzamiento que hubiera volado del stand de merca a nada que los precios hubieran sido más asequibles (salía a 15 euros la onza).

Llegamos algo tarde al telonero Alfredo Gz, y su folk almeriense (A saber, country folk made in España) lo escuchamos desde la entrada. No nos pareció mal sitio. Aunque sus maneras fueran muy profesionales, ni M-Clan ni Quique Gonzalez se encuentran, seguro que desgraciadamente, entre los CDs que pululan por nuestra casa.

Y qué placer es que los autores, sean de donde sean, vengan a banda completa a presentar sus canciones. Últimamente, con eso de la crisis, vemos más acústicos de los necesarios, con apenas dos guitarras sobre el escenario cuando sabemos que son varios más en festivales y giras por su país. Sin entrar a comparar las flagrantes diferencias de concepto y ejecución entre nuestro país -más lineal- y el suyo, en el coqueto Altxerri donostiarra los socios supieron aportar muchos matices distinguidos y distintivos a las ternuras de la Gibson.

Unos mimos que comienzan por su voz. Cercana a la de Feist, vale, pero también a los algodones de Linda Drapper. La de Portland camina por el desierto sonoro, o se mete entre mantas arpegiadas. Pero siempre suena dulce y cercana, sincera y emotiva.

Y algo pesada, cuando le da por practicar su castellano en TODOS los interludios entre tema y tema. Fue el único “pero” a una hora de actuación que convenció a los dubitativos y encantó a los fans. Bueno, miento. Ese, y el de hacer cantar a la gente por zonas. Una manía personal, lo sé, herencia de los conciertos de auditorio moderno. Dos pequeñas manchas negras en una cita briosa, soleada y feliz.