Martha Marcy May Marle.

La estampa es preciosa. Pagas 96 millones de euros por el Grito de Munch desde tu jaima saudí. Mandas un avión para que te lo traiga a casa, con las condiciones climáticas idóneas, mejor que las de tu propio país. Os juntáis toda la familia a abrirlo. Y mira que sois cientos, entre sultanes y príncipes. Y al quitar el envoltorio del caro regalo descubres, oh, que el cuadro está incompleto, faltándole al lienzo toda marca de pinceles y colores en un buen trozo de la zona inferior derecha.

Llamas al colega de Sotheby´s y le montas un pollo. El tío, con flema británica hasta para tener 4 gripes a la vez, te dice, convencido: “Es que…¿sabes qué? El autor prefirió dejar el cuadro abierto, para el espectador tuviera la libertad de cerrarlo como quisiera, darle su propia explicación”.

Quien dice cuadros, puede decir libros (con unas oraciones que súbitamente se acaban 20 páginas antes del final), canciones (cortar 30 segundos antes del fade out, para que te imagines de manera propia en indie-visible los coros y punteos), muebles (quitarle una pata a la silla, hacerle un agujero a la mesa). O películas. ¿Por ejemplo? “Martha Marcy May Marlene

Uno empieza a estar hasta el gorro de estas libertades antes de los créditos finales. Máxime cuando son abruptas, como en el caso que nos ocupa. Entiendo que se pida complicidad al espectador si así lo creemos necesario, pero uno se imagina que el cacho que falta para redondear, bordar una historia (que de eso se trata), era el que le correspondía a la subvención de Bankia y ésta no llegó. Y con la faena hemos hecho una obra para premiarse en Sundance. O Sandenz.

Y si lo vemos como algo indigno en libros, canciones o cuadros (todos ellos igual de abiertos a la experimentación), no sé porque debemos justificar y autoconvencernos de que en el cine esto es válido. Y no, no todo el monte es orgasmo. Sobre todo cuando se realiza de manera chusca, áspera y gratuita.

(La peli está bien, porque deja poso y hoy se saborea mejor que ayer. Lo cual indica que está mal contada. La idea es bastante opresiva, aunque le falte pulso y agobio y esté grabada con, cómo no, colores de Instagram)