Folletíntontín de verano: Caida y auge. (y 2)

En un karaoke de Osaka mi corazón dijo basta, y pude comprobar con mis propios ojos lo poco desarrolladas que están las etiquetas técnicas de los desfibriladores. Recuerdo que pensé, mientras me alejaba de la luz blanca, que debía reunirme con mi enlace en Ginebra para avanzar en este campo y buscar la veta de negocio.

En mi obligado descanso el mundo no frenó su velocidad. La vena juvenil se explotó hasta la extenuación, incluyendo etiquetas en formato SMS en la trasera de los productos infantiles. Así los niños estaban entretenidos en la bañera mientras sus padres hablaban por teléfono. La irrupción de la moda de los 80 lo inundó todo de neón hasta el síncope, lo cual trajo consigo varias decenas de denuncias judiciales en EEUU por “desorden visual”.

Poco importó la defensa, que demostró que el 68% de los demandantes se hallaban bajo los efectos del crack. Era más complicado atacar a una multinacional como Coca Cola por el uso inadecuado de sus envases que a una empresa publicitaria como la nuestra. Si al menos hubiéramos vendido humo…

Más que abandonar el trabajo por prescripción médica, lo mío fue un despido por atraso comercial. Las reuniones en pisos altos se convirtieron en netmeetings desde el salón de casa. El polvo blanco seguía estando muy presente, ahora como ingrediente del filete empanado. Las chicas de moral alegre se hicieron singulares. Una de ellas tenía un anillo de casada conmigo y su tersa piel me abrigaba noche sí y noche también.

Hasta aquí llega la historia por hoy. Tengo una reunión en 40 minutos con los chinos, que no ven clara la inclusión de los grilletes olímpicos en todos sus productos. Hasta entonces, deseo ver muy de cerca el bikini de mi compañera apareciendo y desapareciendo en nuestra piscina con vistas al mar de piscinas con vistas al mar. Después, sobre la toalla, seguiré rebuscando el obtuso texto de su parte trasera. Ya saben, deformación profesional. Hasta mañana.