Ningún asiento libre en el Victoria Eugenia en el cierre del soleado Día del Trabajador, donde ejercimos de obligados esquiroles (para bien de los lectores) y nos acercamos a cubrir la segunda visita musical de la artista griega Eleftheria Arvanitaki a nuestra capital.
Con su abundante e impecable banda situada en semicircunferencia alrededor del centro del escenario que más tarde iba a ocupar la cantante, los músicos vestían de un negro tan riguroso que uno parecía estar en la Lisboa fadista.
Y sombrías y melancólicas fueron también las primeras canciones de la noche, que permitieron atisbar el estilo caleidoscópico (palabra de origen griego, por cierto, nacida de la suma de palabras ‘bella’ e ‘imagen’) de las composiciones que Eleftheria nos entregó ayer.
La dama, que tiene un chorro de voz más recio que frágil y destaca sobre todo cuando la compañía musical es mínima, es toda una celebridad en su país por unir lo moderno y lo clásico, la música de sus mares con la que viene de sus transistores. Y antes de que los profanos se echen las manos a la cabeza, diremos que el pop heleno de éxito es mucho más sabio que el patrio.