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Pablo Milanés: A contraluz

No pensé que de mi boca saldría la frase de que «el concierto de Pablo Milanés ha sido curioso». Y el de ayer así lo fue. La razón: los cuatro apagones que se sufrieron. El primero era esperado. Justo antes de la hora inicial, el cubo grande se solidarizó con la interrupción eléctrica terráquea de 5 minutos que buscaba quejarse del cambio climático. Más que apagón fue tenue luz, dado que el exterior se quedó sin corriente mientras que el interior los vatios campaban a sus anchas.

Las otras tres interrupciones se produjeron el pleno concierto. Curiosamente, el corte se dio en las composiciones inéditas que Milanés interpretó: Diario de Mauricio, El largo camino a Santiago y Regalo. Más que las distintas suspensiones temporales que sumaron unos 20 minutos, lo que más sorprendió fue que el cubano volvió a las canciones ¿en el mismo punto en el que las dejó!

En lo musical es más extraño que el autor de Bayamo (Cuba) nos altere. Su fórmula no ha variado un ápice. Sigue desnivelando la balanza hacia el lado de las letras, dejando a la música en un plano menor. Opción que quedó reafirmada en el concierto donostiarra, donde el prolífico compositor se plantó con la sola compañía musical de dos músicos a los teclados. Intérpretes encargados de ponerle un vaporoso fondo sonoro a la fuente de las palabras de un isleño que apenas coge ya la guitarra entre sus manos.

Es el mentor de aquella Nueva Trova Cubana un autor tierno, con un cantar atropellado y saltarín, como si en algunos versos no consiguiera apretar todos los mensajes románticos, melancólicos y ensoñadores que pueblan los fonemas de sus textos.

Milanés presentó en la capital un programa-resumen de su obra, con muchas canciones conocidas, otras muy conocidas y esas inéditas que ya hemos referenciado y que, con algún que otro acelerón folk, siguen las directrices habituales.

Siempre con la dulzura musical y el relajo ejecutante como directrices, el azúcar se fue esparciendo sobre los asistentes. Claro que el almíbar no sienta igual a niños y diabéticos, a seguidores acérrimos y gentes que van por compromiso de asiento.

Pero todos ellos disfrutaron de las canciones que Haydée Milanés, hija del susodicho maestro, interpretó al piano tras las interrupciones. A medio camino entre la sacrílega canción de autor norteamericana (digamos que a lo Norah Jones) y algunos toques que la malicia emparentaba con Presuntos Implicados, la dama insufló aires modernos al clasicismo que allí se estaba escuchando.

Al regreso del progenitor, y antes del arreón definitivo de temas famosos (Yolanda, El breve espacio en que no estás), nos quedamos con ese precioso dueto padre-hija realizado en la composición Ya se va aquella edad y la posterior Trissatesse de Milton Nascimento.

Publicado enCríticas de conciertos

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