Dos discos girando sin parar. Por las dos caras. Primero uno, luego el otro, y vuelta a empezar. Así se pasaban mis tardes veraniegas de ¿BUP?. Los años de la «people who don’t care if I live or die? «. Escuchando y hablándole a los surcos que retumbaban en un equipo que era una mierda y ahora llamarían Vintage.
Tendría unos 16 años, eran mis primeras compras orgullosas – hubo otras antes que no vienen al caso-: el debut de Stone Roses y «The Queen Is Dead» de los Smiths infalibles, como decía una canción que me suena bastante.
Morrissey y Marr fueron los ganchos. Imposible cerrar los ojos ante tamaña presencia. Pero el paso de los días y las revoluciones permitió atisbar el fondo. Una batería normalita, como debía ser ante tanta golosina revoltosa. Y un bajo sencillamente espectacular.
Andy Rourke siempre fue mi favorito en secreto. Escondido pero necesario. El que parecía huir de los focos pero era el dueño de la electricidad. El que tapaba con pulsaciones endiabladas y necesarias todos los huecos que Marr dejaba arpegiando. La banda no habría sido lo que fue solo con el florido cantor y el tupé cardado más pop de Inglaterra. A todo equipo le hace falta un zapador. Y Rourke era el mejor para ese trabajo.
Ahora, recién fallecido, toca tapar huecos también. Nunca habrá una reunión de The Smiths. Ni se escucharán igual aquellas melodías solitarias que convertimos en personales y nunca nos abandonarán.