Uno se levanta bailongo. Porque no suena la alarma de a diario. No hay retreta, no hay café mientras te duchas (¿Nació así el Americano? Es probable) ni salir con un calcetín de cada color en busca de un bus que te recibirá como se debe: con tu tarjeta de transporte en casa
Decía que no se levanta bailongo y dicharachero. Y le quiere dar a la tecla con la alegría de Marcos Pereda, el auténtico líder del Tour, La Vuelta, El Giro, la carrera juvenil del pueblo de tus padres y el paseo con ruedines de tu sobrino. Y quiere hablar de conciertos (lo hará) y de conciertos perdidos (vaya si lo hará) y de autores perdidos pero dibujados (algo habrá).
Vamos con la presencia. Porque el Columpio Asesino se despedía de su querida Donostia (Vieron antes que nadie nuestra pirámide generacional cuando dijeron aquello de “Ballenas Muertas en San Sebastián») en la Sauna Intxaurrondo. Un espacio multidisciplinar ubicado en la casa de cultura del barrio que tan pronto ofrece teatro como acoge conciertos y también, como descubrimos el sábado noche, hace las veces de sauna sin despelote ni roce. Si llega a estar presente el chico del tiempo nos cae una chapa del cambio climático de mil pares de narices. Con razón, que sudábamos hasta pensando.
La sala a reventar. Solo faltaba gente haciendo rappel. Fiesta a la que se unieron padres e hijos de los ejecutantes. “Aita, aita, mira es el aita!” gritaba el niño cuando su padre le zumbaba a la batería y cantaba. Buenos cascos se gastaba el nene, que la banda le pegó mucho y fuerte.
La lista, de casi dos horas, fue crítptica en lo lírico y “motorika” en el sonido. Imagino al robot de la SGAE volviéndose loco intentando decidir qué tema es de los pamplonicas y cuál de los posteriores León Benavente. Contento se le veía a Cabezafuego cambiando poco de notas en el bajo. Todo buenrollista, con vaciles a Jaime Nieto a las teclas y mucha sonrisa entre ellos y ellas. Una despedida feliz, como deberían ser todas.
En los conciertos que no pudimos ir destaca Rodrigo Cuevas en Atlantikaldia. Al lado del río de la papelera de Rentería nos dicen, nos cuentan, que ya es un artista mayúsculo y global. Vale, antes lo era, pero en salas más pequeñas y dando la mano a todos. Que el tío además habla euskera mejor que Iturgaiz, que defiende cosas tan obvias que ni tu cuñado podría estar en contra. Y que musicalmente ha conseguido unir desvergüenza, respeto a las tradiciones y calidad como nadie. ¿Cómo no te va a dar pena no morirte de pena con “Rambalín”?¿Qué eres, ChatGPT con ojos?
Acabamos la semana de ácido. Clama, es en cartón. Calma, tiene dibujos. De éxtasis. Y algo de redención. El comic de Judee Sill (¿no la conocen? ¿En serio?¿Tiene sintonizado Radio Dial y la manecilla rota? Enhorabuena) es un viaje bastante libertino – lo explica bien Joan Pons en el prólogo, que esta vez sí que hay que leer- sobre la azarosa vida de esta autora.
Los autores imaginan, diseñan, estiran y colorean viajes de ácido, disparos, actuaciones y discos. Saltando en el tiempo como quien salta en sus recuerdos. Sin querer completar los huecos, solo dejándose llevar por la música para crear nuevos. Tiene playlistilla y todo la obra gráfica. Venga, al play, nunca es tarde