Método Suzuki

Exposición alimentaria en un inmenso pabellón. El único sitio donde llamarle al micro alcachofa incluye 26 jubilados dándose la vuelta y extendiendo su mano hacia tu persona. Los eternos jíbaros de las cocinas, ingenieros de la comida en miniatura (nada que nuestras abuelas no inventaran gracias al hambre existente), explican cómo los niños son capaces de comer hasta pescado si se les convence con colores y formas.

Mientras pensamos que gracias a esa fórmula nos pasamos media vida comprando el mismo producto aparece un pequeño grumete en la pantalla. Aún mastica una adaptación natural de su Pescanova semanal mientras le cuenta a la cámara que “hay que comer pescado, porque es bueno para el cuerpo y tiene muchas vitaminas necesarias”. Como si el niño estuviera leyendo un teleprompter, las palabras preciosas, sabias, certeras, salen de su boca a la misma velocidad con la que entran los alimentos.

De idéntica forma responde otro chaval en otra parte del globo peninsular, cuando afirma en un acto público que “es necesaria la colaboración de todos los individuos y establecer medidas para minimizar los efectos del cambio, como utilizar más transporte público, la bici, reciclar… premiar los buenos hábitos y sancionar a quienes no se comprometan con el cuidado del medio natural

El método Suzuki funciona, pero…¿Cuándo y porqué deja de hacerlo?

Porque no es normal que si la educación va por el camino correcto, a partir de los 16 años nos dé por grabar palizas por el móvil. Me siento incapaz de echarle toda la culpa al ratoncito perez, primer signo de violencia (qué duele más que perder un diente) recompensado con unas monedas. Pero algo hay, en algún sitio, en algún momento, que transforma a los monaguillos en diablos. Que nos hace olvidar las pautas básicas del señor ese de la moto japonesa.

Quizás esa repetición que tan bien funciona en la música y en las culturas falle en la enseñanza por quítame tú unos “Diarios de Patricia”. O quien sabe si en realidad lo que estamos enseñando, ya desde jovencitos, es a mantener un doble juego entre lo que quieren escuchar y lo que realmente pienso.