Andiamo, andiamo!

Como buen donostiarra, y aprovechando que El Ryanair pasa por Zaragoza, aprovechamos el puente festivo de nuestro patrón para irnos de viaje 4 días a Milán. Ahora que lo pienso, solo me falta Obamalandia para poder cubrir todas las urbes que cantaba Jay Jay.

Y de jai jai que nos fuimos el menda, su lerenda y «Hancock». Tuvimos la oportunidad de parar en el viaje a comer algo en Cafestore, un establecimiento con una comida que desmayaba. Al comerla, quiero decir.

Madre mía, ¿Los de Sanidad no paran en esos sitios? Nos quedamos con las ganas de poder degustar esos filetes de atún cazados en días de temporal y gran marejada

Lerenda se puso nerviosa, como en todos los viajes, y pronto empezó a vociferarnos «andiamo, andiamo». Me extrañó la pregunta, porque la dama era quien había comprado los billetes de avión y las noches de hotel, asi que nadie mejor que ella para saber a donde íbamos.

El nuevo aeropuerto de Zaragoza (el viejo, a medio camino entre una estación de tren de pueblo y un observatorio metereológico de barriada, esta pegadito a la nueva cristalera Lego con gente dentro), ha vivido días mejores. Los de la expo, para más señas. Apenas diez salidas un viernes cualesquieramente de enero mismo. El parking, que era gratis, ahora lo es menos y menos que lo será: 36 euros 4 días.

Viajar en Ryanair mola un montón. El 99% del pasaje pasa de facturar maletas (cuesta dinero) y se lleva el equipaje de mano. Conclusión: tienes que dejar la maleta unos 50 asientos detrás del tuyo. Pronto en su web aparecerá la obligatoriedad por acarrear ese equipaje. En EEUU ya lo hacen.

Siempre me han resultado curiosos los sistemas de megafonía de estos aeroplanos. Parece que los gerentes han realizado amplias investigaciones de mercado para acoplar a sus aparatos los modelos de altavóz de peor calidad, eso que no se entiende nada de lo que hablan. Los del cono quemado. Y con el cono quemado acabamos quienes íbamos de orfidal hasta las trancas. 7 veces 7 la megafonía lanzó sus mensajes de venta en 3 idiomas. Más que una compañía de vuelo, aquello parecía una teletienda de madrugada.

Llegamos a Bérgamo, y nos montamos en el bus hacia Milan, conducido por un hombre que no amaba la vida. Niebla cerrada, nieve en los arcenes, elevadas velocidades. La preciosa Estación Central (y un frio que congelaba el fuego del mechero) nos dio la bienvenida a la ciudad. Lerenda, que se pasó un año en Milán hace ya unos cuantos, nos llevo diligentemente hasta nuestro hotel, céntrico a rabiar, donde nos esperaba una cómoda habitación triple.

[continuará]

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