El equipo de producción llega, sonríe, aplaude. El candidato local saluda al nombre relevante del partido ubicado a su lado. Apenas 10 personas del barrio en la plazuela. Pasan, miran, se quedan unos segundos. Menos que si fuera un coche de policía o una ambulancia, eso es cierto.
Para unos parece el far west, con su bala de paja. Para otros el croma donde luego se dibujarán, si ganan, los proyectos proyectados que se repensarán para adecuarse a este momento.
“En esta esquina irá un parking”, “en esa una tienda de barrio”. “Somos uno más”, “siempre me ha gustado esta zona”, “Mi tío nació en esa callejuela”, “Sois una prioridad”. «Nosotros os entendemos y defendemos», le exhorta a un adoquín, un grúa de obra y una plaza de cemento. Puede que lleve razón.
Las palabras vuelan sin rumbo físico. Unas las pillan las cámaras. Otras los micrófonos. Llegarán a los vecinos por la tele, la prensa y las redes. Un viaje virtual. Las hay que quedan suspendidas en el aire sin nadie que las coja.
Quien estaba de paseo y paró ya no está. Quien hablaba ya ha montado en su coche y se ha ido, con el pegador de carteles. Quien recupere en la derrota la frase “no hemos sabido conectar con la ciudadanía” tendrá razón. El que se haya llevado de calle la asignará a este punto.
Y la calle seguirá como estaba. Ha sido una ensoñación. Una estrella fugaz. Un OVNI (Objeto Votable No Identificado). La furgoneta de reparto aparca en doble fila, el señor pasa en rojo el paso de cebra. La camarera de la terraza acerca el pintxo a los clientes mientras el autobús abandona la parada. El único local que queda levantando un poco la voz se tapa con cartones. Es posible que pronto venga alguien a ayudarle, no tiene buena cara.