En 1972, 25 años de que nacieran Jokin Altuna y Unai Laso, la omnipresente Coca Cola lanzó uno de sus claims más famosos. «La chispa de la vida», traducción mejorada del inglés «Coke Adds Life» – ejem – . El eslogan reinó durante una década los anuncios de la refrescante multinacional. Y Ayer, en la final del manomanista, volvió a saltar a la palestra.
Ese fogonazo que, en dos ocasiones, incordió a Unai Laso. La primera en la presentación del partido, en ese “espectáculo” utilizado para presentar a los contendientes que se van a dejar la mano y las piernas en un frontón. Al atravesar la hilera de bengalas el navarro se tapó con los brazos para evitar la quemazón que pensaba recibir de esa pirotecnia decorativa.
Y como si fuera un momento psíquico, incorpóreo, cual vampiro energético, allí se quedaron todas sus opciones de victoria en un match que en las apuestas salía a la par. Frente a él, el Real Madrid del campeonato. De todos los campeonatos. Ese que empieza la temporada del manomanista regular, a punto de caer aquí y allá, dando mala imagen, creando en los espectadores la falsa idea de que este año podría ser la excepción. Que el de Amezketa podría flaquear. La savia nueva deberá esperar.
Porque la forja de los grandes campeones no se curte sola. Hay trabajo, seguridad, resultados, calidad, confianza. Y la chispa, la dichosa chispa de la vida. Que normalmente te ilumina cuando la inspiración te pilla trabajando. Altuna dejó pasar un tanto, el primero, el saque de Laso, y absorbió toda la energía presente en el ambiente, en la cancha. Plantado en la mitad, restando con fuerza, sacando cruzado e impecable, recuperando pelotas imposibles en la pared izquierda, abriendo confiado, sin tener que estirarse hacia las esquinas. “Poca broma”, que diría Eduardo Ranedo y resolvió visualmente Dabid Argindar. Altuna en esa plaza es un portero de discoteca. Sven Marquardt en la puerta del Tresor. Nadie se cuela por ninguna parte.
Tampoco lo consiguió Laso, deportista de trayectoria impecable durante estas jornadas. Uno de los pocos que lo han hecho y lo harán en el futuro. Desafortunado en las muñecas, donde golpearon dos pelotas que le durmieron la mano. Y difícil así restar pelotas a velocidad de pedradas de manifestación. Vio el campo menguar, sin resquicios, sin posibilidad de asimilar las siempre correctas enseñanzas de su utillero Mariezkurrena II. Un hoyo que se iba haciendo más grande, gigante, y al que no encontraba asidero ni salidas. Como en el film de Galder Gaztelu-Urrutia. Y cuando los veía o intuía, como en ese golpeo al ancho, los finalizaba fatal.
Y así llegamos a un resultado impropio de una final, 19-1. Impropio de dos jugadores de talla mundial. Pero real como la vida misma, como la pereza del domingo, el horror de madrugar y que tú y no somos clase media. El resultado se maquilló al final, 22-5, sin que ninguno de los dos cediera en sus aspiraciones. “Es que me ha golpeado la pelota en la muñeca”, le dijo en algún momento de la tarde Laso a Altuna. “Yo no puedo hacer nada”, le respondió el hombre de la camisola roja 2024-2025.
Y siguió con la brega hasta la rabia final, el grito al público – lo de silbar sin más motivo que el resultado está fatal, queridos. A los pelotaris y a los camareros-, la felicidad, la visualización de la celebración, el sufrimiento, los rumores, las vacaciones cortas que ahora le esperan.
Laso, mientras, sufriría de nuevo con las bengalas al ir el recoger el premio de su segunda posición – tercero fue el sobresaliente Artola, que pronto subirá a lo más alto del cajón seguro-. Quizás ya sabía que su energía, el acierto, su resolución, las carreras y su determinación se habían quedado en ese pasillo de luces.